Sobrepasando los límites del food design.
El interés de los alumnos de Elisava por el food design y la consolidación de esta disciplina se materializan en los proyectos diseñados junto a los hermanos Torres. Nueve estudiantes y los dos chefs han desarrollado distintas experiencias gastronómicas que rompen el rol tradicional del comensal pasivo.
No es moda, sino modalidad
Es el tercer año que Elisava, Facultad de Diseño e Ingeniería de Barcelona, colabora con Sergio y Javier Torres, propietarios del restaurante Cocina Hermanos Torres de Barcelona. El primer año fue algo casi simbólico; el segundo prosperó; y ahora se ha afianzado. Los resultados hablan por sí solos y ratifican, por un lado, que el food design no es una moda volátil, sino una disciplina más del diseño; y, por el otro, que aún hay terreno que explorar -y experimentar- en esta materia.
Este año los dos chefs Michelín retaron a los alumnos de cuarto grado de Diseño de Producto, tutorizados por Martín Azúa, a romper las barreras físicas, psíquicas, materiales y sensoriales relacionadas con la gastronomía. La única premisa era tener en cuenta el espacio, el servicio y el producto del restaurante. Por lo demás, rienda suelta a la creatividad.
Todos los sentidos sobre la mesa
El ingenio de los nueve alumnos desafiados ha transgredido convencionalismos para conectar, conmover y movilizar al comensal. El olor, color, materialidad y sabor se han trabajado desde dispares perspectivas, generando una reinvención de la experiencia gastronómica. Alimentos que levitan, vajillas que cambian de color, aromas que son la antesala de lo que vendrá o platos para lamer sin cubiertos, ni miramientos, son algunas de las propuestas que quebrantan el arte de comer (y disfrutar comiendo) con todos los sentidos.
Regreso a lo más primitivo
Vivir la experiencia gastronómica desde los sentidos más puros y primitivos. Sin códigos. Sin etiquetas. Con la acción más culturalmente incorrecta que hay: lamiendo el plato. Así es como Alejandro Linares presenta su proyecto Primitive, una vajilla de vidrio diseñada para comer lengüeteando toda la sustancia del plato. Teniendo en cuenta que las papilas gustativas frontales concentran el sabor más potente, no hay mejor manera para catar una buena comida.
Cazar la comida al vuelo
Pedro Glatzel ha llevado el acto de comer al espacio tridimensional. Su Aro introduce al comensal en un universo ilusorio donde la comida levita y cada uno tiene que cazar al aire los aros de vapor comestible.
Cata olfativa
Tomás Cano parte de la conexión del cuerpo con el olfato, que acumula el 80% de sensaciones gustativas, para proponer una cata olfativa. A través de elegantes copas de cristal volteadas, Aroma es un ritual centrado en el olor como preámbulo de la comida.
Platos que cambian de color
Otro de los proyectos más sorprendentes es el de Raül Gaya. En este caso, el estudiante ha trabajado el sentido de la vista y la sensorialidad en Playte, un plato cuyo color varía según la temperatura del alimento que se deposita encima. Los pigmentos inteligentes son su secreto.
De cara al año que viene, la idea de los hermanos Torres es que los alumnos trabajen la zona del bar y recepción, en la entrada del restaurante. Seguro que aún quedan insólitos diseños por ver.
Más información sobre los proyectos de los alumnos en este enlace.