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Del pueblo a la ciudad: la voz vital de Artal en el diseño del Cinc Sentits de Barcelona

El Cinc Sentits de Barcelona resume el itinerario de Artal. El chef autodidacta construye, tras las directrices los estudios de Zoo y Destila, un diálogo sensorial entre los campos de olivos de su pueblo natal en Tarragona hasta el epicentro mismo de Barcelona.

Un doble cambio de rumbo

De Sillicon Valley a la alta cocina. Jordi Artal regresó de California a Barcelona cuando explotó la burbuja puntocom sin ningún proyecto en la cabeza. Tras más de una década liderando a un equipo de marketing y un retorno a casa marcado por la reflexión a la que invita un periodo sabático, Artal decidió abrir un restaurante en Barcelona impulsado por la afición gastronómica que compartía junto a su hermana Amèlia.

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Sin llegar a soñar nunca con colgar alguna de las dos estrellas que presumen en la entrada del Cinc Sentits actual, Artal creció en el mundo de la cocina sin ninguna formación ni experiencia previa: “sí que es verdad que en California hacia alguna comida para amigos”, recuerda el chef. Sin embargo, cuando se planteó el primer plan de negocio en 2003, todo empezó a coger ritmo por si solo.

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El local funcionaba, pero las estrellas cambiaron el rumbo desde la exigencia a la que obliga el tan ansiado reconocimiento social; tanto de la carta como del espacio que debía acompañar su servicio. En resumen, de los 150 metros cuadrados del primer local abierto en 2004 a los 500 metros cuadrados actuales. Artal tenía una premisa clara: “queríamos hacer algo que fuese diferente; Barcelona tenía muchos restaurantes con estrella y nosotros nos teníamos que distinguir”. En un espacio sin vida que había dejado a su suerte un antiguo bazar, Artal descubrió una oportunidad.

Un recorrido milimétricamente estudiado

La búsqueda por generar una sensación de sorpresa en el comensal se inicia antes de que pise el local. Entre el ruido de la calle Entença barcelonesa, el restaurante pasa prácticamente desapercibido. Artal celebra incluso que, “una vez por semana, llama un comensal con reserva preguntándome dónde está exactamente el restaurante”.

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En la entrada, un pequeño vestíbulo sirve de bienvenida. Los abrigos quedan colgados en un perchero que se esconde tras uno de los vértices de la habitación, comandada por un miembro del servicio que se encarga de proyectar los primeros trazos del viaje que quiere recrear el equipo creativo de Artal. Un enorme portón inicia el trayecto.

Cuando el chef decidió renovar el local en 2017, escogió un establecimiento que había dejado libre un antiguo bazar. Estaba completamente vacío, y “eso nos daba total libertad para construir según nuestros intereses”. Lo que hizo Artal fue llevarse al equipo al pueblo natal de su familia, a La Torre de L’espanyol (Tarragona). Allí encontraron la inspiración del relato que acabó representando el equipo en el local de Barcelona.

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Destila Arquitectura y Zoo buscó construir un relato que recordase el camino vital de Artal: del pueblo a la ciudad. Cuando el comensal cruza el portón de bienvenida, el espacio que se encuentra es, precisamente, la atmósfera que envuelve el origen familiar del chef. Cuatro podios de madera maciza recubiertos de un ambiente camuflado de piedra, luces bajas y unas paredes que hacen rebotar en eco cualquier mínimo susurro.

“En este espacio el cliente desconecta y olvida de dónde viene y qué ha pasado antes de que llegase al local”, recoge Artal. En los diez minutos que dura esta primera toma de contacto, Artal busca atrapar al cliente para “poder iniciar el espectáculo”. De hecho, el picoteo inspirado en el mundo rural de su bisabuelo rompe el hielo, gastronómicamente hablando, del Cinc Sentits, viene acompañado de ruidos que recuerdan a la naturaleza, con cantos de pájaro y vaivenes del Mistral resonando desde unos altavoces estratégicamente escondidos en la sala. A quince metros de los semáforos de Barcelona, el comensal sólo escucha la voz de Artal.

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Influencia de Gaudí

La sala es el espacio principal del restaurante. Las luces se recuperan a medida que van llegando los platos a cada mesa y dan vida a una habitación expresada desde una matemática perfecta: nueve mesas harmónicamente emplazadas alrededor de un antiguo patio de luz. “Todos los clientes se ven, pero no se escuchan”, asegura Artal. El tratamiento del sonido es totalmente opuesto al de antes, y Barcelona (este es el nombre de la sala) se desarrolla desde una suavidad en la que cada detalle está perfectamente controlado. “Incluso hemos reservado un pequeño hueco para dejar el teléfono”, subraya el chef.

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Tras la inspiración de un piso del Eixample barcelonés y la cuadrícula proyectada por Cerdà, la voz de Gaudí resuena a través de pequeños detalles arquitectónicos que se funden en la bóveda catalana que se reproduce en el techo. Piezas de cerámica doradas chocan con la neutralidad del color que recubre una sala milimétricamente cimentada que evoca, en cierto sentido, el pasado de Artal en Sillicon Valley.

Con el pueblo y la ciudad representados, el equipo de diseño imaginó dos nuevos espacios para acabar de completar el discurso. El primero es una sala reservada para comidas en grupo que emula la calle de un pueblo: puertas y ventanas se abren sobre las paredes de una habitación pensada en vertical a través de una enorme mesa acompañada por una veintena de sillas.

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La última, un espacio con vistas a la cocina: la mesa de chef. Mediante un mármol elegante y sobrio, Artal reserva una estancia con ventana directamente enfocada al ajetreo de la cocina. El camino hacia el baño, a través de una escalera de caracol que rodea una caja gigante de vidrio que hace las funciones de bodega, concluye un itinerario marcado por el pueblo, el campo y la ciudad. Un restaurante que recoge la experiencia que ha definido la vida de Artal en un local de Entença, en medio de Barcelona, construido para ser percibido desde los cinco sentidos.

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