El templo del arroz: Rice Club, de Francesc Rifé.
El objetivo de todas las partes ha sido provocar una transición del restaurante hacia un proyecto mucho más racional y simple, tan desnudo como la propia materia o el ingrediente principal de su recetario que es el arroz.
Equilibrio de materiales
Así, el proyecto es un juego de equilibrio entre dos grandes protagonistas: el color castaño, y un sistema de celosías, tanto fijas como móviles, que ha permitido conducir el proyecto de una forma inteligente y dinámica hacia un espacio totalmente cúbico y sobrio.
La asociación del arroz como producto básico, simple y virgen, con la filosofía del local se refuerza con la selección del color. Y aunque cuando hablamos de racionalismo lo hacemos de tonos claros, aquí se buscaba dotar al proyecto de una personalidad sólida, fuerte, pero a la vez muy neutra.
Tan importante ha sido la comprensión y presencia del color como el conjunto de celosías ejecutadas en madera de chopo teñida. Un material escogido por su ligereza, que facilita la movilidad de la malla. Basada de forma intrínseca en el despiece de la fachada, a través de ella el exterior penetra de forma figurada en todo el local siendo subdividido hasta llegar al formato actual. Su traslucidez amortigua los diferentes momentos de sol y ofrece unas vistas poéticas del mar.
Estos elementos móviles se repiten de forma lógica en todo el local transformándose puntualmente en paramentos fijos. Ellos son los encargados de subdividir los espacios en estancias de diversos tamaños, otro de los requiitos iniciales del proycto permitiendo tener desde privados de mesas únicas a áreas para más comensales, ya que el espacio sirve día y noche.
Como material invitado, el hormigón gris unifica los pavimentos existentes con anterioridad, aportándole al espacio un continuismo neutro. Un mar de calma que dota de un sentido de uniformidad al Rice Club, resaltando el color castaño y la madera.
Distribución de los espacios
A nivel funcional se accede a este espacio por la planta baja comunicada con el exterior, y diseñada con el mismo diálogo de materiales que la planta superior. Se provoca un encuentro entre el mostrador de recepción, que se encarga de distribuir a los comensales bien hacia el Rice Club o bien hacia la terraza, con un asiento de espera, que a su vez forma parte de la propia escalera.
La recepción está protagonizada por una gran lámpara circular, diseñada para la ocasión, imaginada como un elemento intrigante de rotación y de transición hacia los diferentes espacios del proyecto (Rice Club, terraza, y acceso a una de las cocinas).
El volumen vertical de la escalera, junto con la cocina de la primera planta, funcionan como elementos centrales divisorios del local. La particularidad de esta cocina, delimitada con paramentos con la misma tonalidad que el resto del restaurante, es su doble acceso. En uno de ellos se ha ejecutado un orificio que puede ser interpretado como un ojo de buey de barco, el cual permite una visión sutil de su interior.
A partir de esta zona se articula la distribución de la primera planta. El lado sur del local está destinado a un espacio de importantes dimensiones para acoger eventos de mayor número. Es la parte que contiene también algún reservado. El lado norte está compuesto por dos áreas. Aquí, una vez sobrepasada la cocina, se ubica otro de los comedores medianos conectado a través de la celosía con una elegante y sobria zona de Gastro-Bar.
La gran barra, producida en el mismo hormigón que el suelo, se adueña de este espacio visualmente, mientras que la incorporación de butacas bajas invitan a experimentar el local desde una perspectiva relajada.
Lateralmente un sofá corrido se enfrenta a la playa de la Patacona. Tanto los baños como la salida de emergencia se ubican a continuación de esta zona del bancos encajados en cubículos que permiten también intercalar más mesas y sillas. Un conjunto riguroso, flexible y premeditadamente atemporal.
Fotos de David Zarzoso.