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Martha Thorne: “El sector público no ha sabido apreciar la complejidad de la profesión”

Directora ejecutiva del Premio Pritzker y decana de la Escuela de Arquitectura y Diseño de la IE University, Thorne defiende una arquitectura que respete las diferencias sociales sin perder de vista la democratización de la disciplina.

Acercarse a la arquitectura desde el máximo número de vértices que insinúa la profesión. Esta es la principal premisa que persigue Martha Thorne para intentar desarrollar una disciplina que, aceptando la multiplicidad de sus formas, no concentre todos sus esfuerzos en el beneficio de un grupo social reducido. La democratización de los espacios, que incluya el factor funcional de cada proyecto sea cual sea el cliente al que va dirigido, debe coordinar el guion de la futura construcción arquitectónica.

Pregunta: Hace unos días, Riken Yamamoto fue premiado con el Premio Pritzker por “recordarnos que en arquitectura, como en democracia, los espacios deben ser creados por la voluntad del pueblo”. ¿Qué rol juega la arquitectura en la sociedad actual?

Respuesta: Hoy en día, la arquitectura puede educar y contribuir a desarrollar el concepto de democracia. Si compartimos viviendas y pisamos una plaza, tenemos un punto en común que es base suficiente para iniciar una conversación; es decir, entender la democracia en cuanto a espacio integrado en el tejido urbano que permite extender el rango de influencia de la arquitectura para facilitar la conexión entre la gente.

P.: ¿Y respecto a la vivienda?

R.: La democracia en cuanto a vivienda es aquella que tiene en cuenta las necesidades de la gente. En otras palabras, la dignidad y la posibilidad de elegir en qué zona de la ciudad quieres vivir. La segregación que hace que los pobres vivan en un barrio, los emigrantes en otro y los ricos en otro da lugar a una fragmentación que no concuerda con la idea democrática. La buena arquitectura es para toda la sociedad, no sólo para el 10% de una élite determinada, y esta circunstancia está relacionada con nuestro sistema económico. No podemos permitir que parte de la sociedad vea la arquitectura, los edificios, desde un punto de vista especulativo. La vivienda no se puede entender simplemente como producto, ni se puede definir únicamente como objeto cultural. Para que la vivienda sea democrática, tenemos que entender su complejidad: si la reconocemos, podremos descifrar el papel que juega como pieza esencial dentro del sistema.

P.: ¿La funcionalidad de la disciplina se aplica sin distinción social?

R.: No es tan sencillo: ojalá la arquitectura fuese funcional para todo el mundo. La idea de fragmentar los componentes de la arquitectura y entender que pertenecen a clases distintas empobrece su definición. Recuerdo que unos promotores me dijeron que primero se hacían los edificios y luego se le añadía la arquitectura, como si fuese la simple decoración de la fachada. Insertar un edificio en medio de la ciudad exige que el discurso tenga relación con su entorno y, por supuesto, con el uso y con la gente, que debe contar con la libertad para transformar los espacios según su voluntad.

P.: ¿Qué papel juega el factor creativo en la construcción final de cada proyecto?

R.: La estética y la creatividad deben estar siempre en mente de los arquitectos: no son un fin en sí mismos. El objetivo último debe ser el de entender la complejidad de cada situación, poner en juego todo el conocimiento de las estructuras y los materiales: la forma de vivir de la gente. El proyecto debe ser siempre estético, aportar belleza, confort y seguridad. Por desgracia, cuando construimos para la población con menos recursos, levantamos un techo, trabajamos con números, centímetros y metros. No tenemos en cuenta todos esos aspectos psicológicos, económicos y culturales que sí contemplamos con la gente de mayor poder adquisitivo, a la que nos acercamos desde un punto de vista más holístico.  

P.: Que la arquitectura pueda correr el riesgo de ser reducida a producto, ¿es un problema de comunicación?

R.: Existen distintos puntos relacionados con esta cuestión.  El primero es que, muchas veces, los arquitectos hablan entre sí. El diálogo es entre profesionales y esto empobrece la disciplina: el colectivo limita el discurso. Las revistas técnicas especializadas no interesan al público general y la comunicación se corta. Sin embargo, en un sentido global, más allá del abanico de posibilidades que abren las nuevas tecnologías, se está exigiendo a la profesión desarrollar proyectos que respeten el cambio climático o que tengan como objetivo responder a retos de bienestar físico y emocional, entre otros. De esta manera, la responsabilidad de la arquitectura se está ampliando, pero al mismo tiempo es muy difícil comunicar aquello que es dinámico y no deja de ensancharse. A esto se le suma que tanto el sector público como el privado no han sabido apreciar la complejidad de la profesión. Se ha usado la arquitectura como branding, como icono, como símbolo. Esto empobrece el valor que ostenta el gremio. Son problemas de comunicación, pero no tenemos una definición concreta, limitada, que responda a la pregunta de qué es la buena arquitectura.

P.: Dentro de este círculo de cambio constante de dinámicas y tendencias, ¿qué es para usted la buena arquitectura?

R.: La buena arquitectura es la que es capaz de hacer que el espacio construido ayude a la gente a vivir plenamente. Tanto el planeta como aquellos que lo habitan. El concepto de dignidad es clave: la arquitectura que reconoce los valores humanos y pone en primer lugar el factor social a corto, medio y largo plazo.

P.: ¿La arquitectura en España favorece el buen desarrollo de la profesión?

R.: España cuenta con una base arquitectónica firme y una historia maravillosa. Yo diría que el gran peligro para España y otros países es la educación. Por un lado, es positivo que se mantenga la formación politécnica, pero me gustaría que se ampliara el horizonte integrando otras disciplinas. No desde la especialización, sino para entender qué puede aportar la sociología o la biología a la arquitectura, por ejemplo. El peligro para el futuro es intentar limitar, convertir la disciplina en una profesión estrecha que olvide el factor multidisciplinar. Otro problema en España es la estructura de los estudios. En vez de apoyarse en conocimientos de otros profesionales, cada estudio empieza de cero cuando busca incidir en el medio físico. Hoy en día, los problemas de salud, educación, turismo o vivienda tienen un componente estrechamente vinculado a la arquitectura. Espero ver estas conexiones en un futuro no muy lejano, y que podamos apoyarnos en las contribuciones de todos por el bien de las ciudades.

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