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J.J. López de la Cruz: “Dejemos de utilizar la sostenibilidad como un enunciado que sirve para todo”

La XVI Bienal Española de Arquitectura y Urbanismo se instala en Sevilla hasta el próximo 20 de noviembre Dos de sus comisarios, María González García y Juan José López de la Cruz, reflexionan sobre el papel de la disciplina en su camino de adaptación hacia el nuevo canon sostenible. Esta transición, apuntan, exige una participación más activa de la obra privada y subraya el peso de la tradición como piedra angular de la nueva metodología arquitectónica.

La XVI Bienal Española de Arquitectura y Urbanismo (Beau) abre las puertas en la Real Fábrica de Artillería de Sevilla. María González García y Juan José López de la Cruz, dos de los comisarios de la edición, recuerdan justo empezar la entrevista con Diario Design que se trata de un equipo de tres, con Ángel Martínez García-Posada en la recamara. La propuesta, reflejada bajo el lema Me-dio Pla-zo, aboga por una arquitectura que tenga el foco puesto en un horizonte lo suficientemente futuro como para escapar de la burbuja actual. Los comisarios han reflexionado sobre el papel que juega la arquitectura sostenible y los retos que debe combatir la disciplina si quiere adaptarse a unas exigencias que obligarán, si quiere sobrevivir con éxito, a replantear tanto los discursos como la metodología a aplicar.  

Pregunta: ¿Cómo habéis concebido la Bienal y qué pilares sostienen vuestra propuesta?

Juan José López de la Cruz: Presentamos nuestro proyecto al concurso que organizó el Ministerio de Transportes y Agenda Urbana a finales de 2022, donde tuvimos la suerte de poder ser los responsables de organizar esta edición de la Bienal. Básicamente, el argumento que propusimos va muy ligado a la idea que se esconde tras el lema Me-dio Pla-zo. Después de las sucesivas crisis (financiera, constructiva, sanitaria y bélica), pensamos que ya había llegado el momento de dejar de pensar la arquitectura desde lo coyuntural y urgente, y que deberíamos empezar a plantear argumentos que intentaran mirar un poco más allá. Sin olvidar la función de la arquitectura como disciplina que resuelve los problemas del día a día, pensamos que los arquitectos habían perdido la capacidad de atisbar cómo van a ser las estrategias futuras, esas que permiten resolver el entorno urbano y el hábitat territorial en un sentido más global.

María González García: El concepto de medio plazo del lema alude a un espacio temporal que no es ni el presente continuo ni un futuro inalcanzable: es la capacidad que tenemos de cambiar un futuro que quizás nosotros llegaremos a vivir.

P.: ¿Con qué herramientas cuenta la arquitectura para cambiar este futuro cercano y palpable?

J.J.: Nosotros tres [incluye Martínez García-Posada] a siempre hemos permanecido atentos a los proyectos que desarrollaron tanto las generaciones que nos preceden como los jóvenes que ya están empezando a formular sus propios discursos. En este último punto, intuimos una serie de movimientos, aunque balbuceantes, que creíamos que no iban a tardar mucho en suceder, y los organizamos en cinco grandes horizontes.

P.: Que son…

J.J.: El primero lo bautizamos como nuevos programas, y hace referencia a una cierta arquitectura que, antes de cualquier acción constructiva, se dedica a replantear las formas en las que los habitantes se relacionan con la disciplina. Estamos hablando de nuevos modos de vivienda o nuevos contenedores sociales y funcionales, programas que no atienden a cuestiones tan compactas, sino que presenten algo más que una lectura única de cada operación. El segundo horizonte lo llamamos raíces sociales, que pone el foco en aquellas arquitecturas que aprenden de la construcción local o vernácula para desarrollar sus propios lenguajes contemporáneos, utilizando el pasado para lanzarse hacia el futuro. El tercer horizonte recibe el nombre de acciones comunes, que resalta las intervenciones que se dedican a lo público, que son los grandes condensadores sobre los que se organiza la vida social. El cuarto se llama lógicas constructivas, que se reproducen cuando la construcción misma asume la identidad del proyecto, más que la forma o el lenguaje, basándose no sólo en la búsqueda de una apariencia final sino de todas las lógicas que va incorporando el proceso. Y el último horizonte recibe el nombre de escalas precisas, que subraya las intervenciones que van de lo general a lo concreto, interviniendo de manera muy quirúrgica pero tras haber desarrollado un gran esfuerzo por comprender la totalidad y la complejidad de los grandes paisajes.

P.: ¿Existe una voluntad política que acompañe esta lista?

M.: En ciertas comunidades sí. Dentro de los proyectos premiados en la Bienal, destaca el papel de un organismo público de Baleares que ha apostado por convertir la vivienda social no sólo en la provisión de vivienda digna para un colectivo poblacional, sino en un laboratorio de investigación para estudiar medidas sociológicas, tipológicas y constructivas.

J.J.: Cuando han llegado las ayudas de los fondos Next Generation de la Unión Europea (UE), que reclamaban proyectos con una cierta continuidad en el tiempo, no existían esta mentalidad en las oficinas municipales o regionales.

P.: ¿Qué papel juega la arquitectura a la hora de integrar los límites de lo singular en una estructura social?

M.: Nuestro principal cliente siempre es la ciudad; esta es la buena arquitectura. Evidentemente, nuestros proyectos están supeditados a solucionar los problemas de un encargo particular, pero siempre debemos tener presente que somos parte de una cadena más amplia. En la medida de lo posible, en la obra privada también hay que pensar en diluir el límite entre lo público y lo privado.

J.J.: En el mundo actual todo avanza muy rápido, y la única referencia parece ser la incorporación de lo digital y nada más. Pero el espacio público de las ciudades es fundamental: es el elemento unificador más potente en nuestra experiencia como sociedad humana.

P.: ¿La obra privada se ha olvidado del espacio público?

M.: En la Bienal se presentaron unas 800 propuestas en las tres categorías del concurso; en la de obra, tuvimos unas 500 propuestas. Es una representación grande, pero en ella no se refleja ninguna gran promotora. En su actividad no advertimos un discurso que vaya en la dirección que nosotros proponemos, mucho más intelectual y profundo.

J.J.: Uno de los grandes retos de la arquitectura debe ser eliminar la frontera entre lo público, que parece que contiene más posibilidades para experimentar con cuestiones sociales y sostenibles, y el mercado privado, en el que muchas veces su interés es exclusivamente mercantil. Es cierto que entre los finalistas de la Bienal hay algunas promociones privadas meritorias, que sí que recogen los valores que nosotros hemos querido reseñar, pero la realidad es que la inmensa mayoría de los proyectos premiados son públicos. La administración pública suele arriesgar más en cuanto a las soluciones tipológicas y los sistemas constructivos porque no está obligado a una venta. Ojalá la promoción privada se ponga las pilas y entienda que la sensibilidad social es relevante y que, en un futuro, puede llegar incluso a afectar a las ventas.

P.: ¿Cómo debe organizarse un proyecto que quiera ir en la buena dirección?

J.J.: No creo que exista una forma única de hacer las cosas. Depende de muchas variables, como la latitud, los presupuestos, la envergadura del encargo o el mismo proyecto. Sin embargo, creo que tiene que haber una actitud primera, a la hora de redactar el proyecto, que incorpore de una manera natural los sistemas más razonables. Es decir, dejar de utilizar la sostenibilidad como si fuera un enunciado que sirve para todo y empezar a aplicar el sentido común. Por ejemplo, si tenemos la opción de trabajar con materiales cercanos que generen menos gastos de transporte, seguramente tenga más sentido aplicarlos antes que buscar soluciones más genéricas. La lucha está entre lo genérico y lo particular, entre los sistemas que valen para todo en todos los sitios y la reflexión específica que permite que un proyecto sea una solución concreta para un programa concreto.

M.: La sostenibilidad tiene mucho que ver con el sentido común. La madera es un material muy sostenible, pero si estoy construyendo en Sevilla y tengo que traer la madera de Brasil, seguramente no sea la opción más respetuosa si queremos respetar estas directrices. En la sostenibilidad, los grandes eslóganes no sirven. Debemos estudiar cada caso y, a partir de aquí, reconocer qué es lo sostenible.

P.: Lo particular es básico, pero ¿cómo se puede democratizar la arquitectura sostenible?

J.J.: No podemos olvidar que la arquitectura sostenible era absolutamente democrática cuando era popular. La sostenibilidad puede dividirse entre actitudes pasivas y tecnología constructiva. El segundo grupo depende más de los recursos disponibles y, a medida que se vaya implementando la nueva tecnología, el precio se irá moderando y será más accesible para todos. Pero las estrategias pasivas están en manos de todo el mundo. Un proyecto bien pensado, en su propia génesis, es sostenible siempre que se le dedique el tiempo previo a pensar en cuestiones básicas como la orientación, la protección solar o las ventilaciones cruzadas. Todas las cuestiones que la tradición nos enseña son muy efectivas. Deberíamos ser todos cómplices de esta actitud.

P.: ¿España promueve esta actitud?

J.J.: Portugal, España y ciertas arquitecturas de la cuenca mediterránea continúan siendo un referente para los países de latitudes nórdicas o centro europeas, incluso de otros países más desarrollados, porque todavía no se ha roto del todo la conexión con la tradición intrínseca  que consigue dar siempre ese primer paso hacia una arquitectura más razonable y energéticamente más sostenible. Esta situación se sigue apreciando en el extranjero y ojalá no perdamos esa ligazón con la cultura arquitectónica tradicional. Perderíamos mucho, no sólo en lo climático, sino también en lo cultural.

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