Laura Martínez de Guereñu reseña la importancia de los espacios intermedios en la casa post-covid.
El brote de la Covid-19 ha llevado al límite la definición de la casa. En este cambio de paradigma, la arquitecta guipuzcoana y profesora de la IE School of Architecture & Design destaca la importancia de recuperar los espacios intermedios (ventanas, balcones y terrazas) como conectores con la vida urbana. Algo que ya apuntaban arquitectos como Alvar Aalto y Le Corbusier.
Cambio de paradigma
La experiencia de los últimos tres meses confinados en casa ha cambiado nuestra interrelación con ella. Después de tanto tiempo conviviendo en su interior, sin apenas pisar la calle, nos ha hecho ver que la calidad de nuestro hogar no sólo reside en su tamaño, sino también en sus ventanas al exterior o en la distribución para llevar a cabo nuevas funciones como el teletrabajo y la home schooling. Hablamos con Laura Martínez de Guereñu, arquitecta y Associate Professor de la IE School of Architecture & Design para profundizar más en estos cambios.
¿Qué ha cambiado en nuestra percepción del hogar?
Entendemos la casa como un lugar seguro. Es el primer refugio que nos protege de las exigencias y también de los riesgos del mundo exterior.
Hace un tiempo escuché al artista Daniel Canogar definir la casa elocuentemente como “una protección del tránsito diario”. Un tránsito –añadiría ahora– que se ha restringido a cuestiones de primera necesidad y que en las últimas semanas nos ha obligado a permanecer en su interior casi ininterrumpidamente.
El brote de la Covid-19 ha llevado al límite la definición de la casa. Al habitar o al desarrollo de la función estrictamente residencial se le han sumado otras ocupaciones antes realizadas –al menos parcialmente– fuera de ella: el trabajo (o el estudio), el esparcimiento (o el juego), e incluso la propia circulación, ya sea a través de múltiples reuniones, contenidos visionados a través de la red, o improvisados paseos. Prácticamente, todo lo que antes acostumbrábamos a hacer en el exterior se ha trasladado al interior, poniendo así la casa a pleno rendimiento. ¿Hemos resistido nosotros? ¿Ha resistido la casa?
¿A qué te refieres cuando hablas sobre la importancia de los espacios intermedios?
Las aperturas en el perímetro de seguridad que definen la casa han sido claves para esa resistencia. Al umbral físico que establecen los huecos entre interior y exterior se le suman también el psicológico y el simbólico. Las ventanas, los balcones y las terrazas, así como los espacios de acceso nos han puesto en contacto con aquello que se nos vetaba. Todos estos espacios intermedios han permitido que nos aproximáramos a la vida urbana, que tuviéramos interacción social; han dado acceso a la luz, al aire, al sol; han permitido que contempláramos los elementos del paisaje en la distancia. En definitiva, han hecho posible que nos apropiáramos de algunas de las cualidades del mundo más allá de nuestros muros.
Históricamente, abrir huecos en las fachadas ha sido campo de exploración principal para los arquitectos. No sólo por su componente representativo y estético –al tratarse de los elementos que presentan el edificio a la ciudad–, o por el modo en que determinan la solución estructural y técnica de una construcción, sino por consistir en aquellas piezas que más ayudan a definir la experiencia psicológica y cultural de un espacio, al tiempo que dotan de un valor añadido inconmensurable al interior.
¿Cómo se traslada esto en el terreno de la arquitectura?
En 1926, el arquitecto finlandés Alvar Aalto publicaba el artículo “De la escalera al cuarto de estar” en respuesta a la preocupación del editor de la revista Aitta por “el descuido con el que se trataban los espacios de acceso”. Para ilustrar su argumento se apoyaba en una famosa pintura del Renacimiento que muestra la relación simbiótica entre jardín, fachada y estancia interior, y con ella la importancia de la construcción de los espacios intermedios.
El mismo año, el maestro suizo-francés Le Corbusier publicaba sus famosos “Cinco puntos hacia una nueva arquitectura”. En ellos abogaba por la libertad para una fachada sin condicionantes estructurales, en la que poder situar unos huecos que él creía debían ser horizontales. Tal y como había empezado ya a mostrar en sus villas, el desarrollo de sus famosas fenêtre en longueur, con sus elementos de protección del sol, sus alféizares y sus piezas de equipamiento adosadas, supondría un cambio radical en el componente antropomórfico que hasta entonces había tenido la ventana vertical.
Casi cien años después, en 2019, el prestigioso galardón de arquitectura europeo Premio Mies van der Rohe ha recaído en un proyecto de transformación llevado a cabo por la pareja de arquitectos franceses Lacaton & Vassal, que ha dotado de un espacio intermedio –unas grandes terrazas de invierno– a un conjunto de 530 viviendas colectivas. Con estas nuevas aperturas en fachada, cada una de las casas ha ganado un amplio y valioso espacio privado semi-exterior y ha mejorado sustancialmente su comportamiento energético.
Tanto durante la vanguardia como en la actualidad, los arquitectos han demostrado repetidamente que el diseño de los umbrales –los espacios intermedios entre el interior y el exterior– está en la base de la calidad espacial de una casa y por ello, han hecho de su defensa un componente básico de una batalla muchas veces perdida frente a promotores y usuarios. Tan sólo ha sido recientemente cuando se ha empezado a entender su importancia en círculos más amplios que los meramente disciplinares y quizá ahora, tras un largo confinamiento y como consecuencia de nuestra propia experiencia personal, sea cuando lo consiga entender ampliamente la sociedad.
¿Y a nivel de usuarios?
El tiempo invertido en el interior de casa nos ha hecho entender el valor de los espacios intermedios en la construcción de nuestro bienestar, por el intenso intercambio que posibilitan a nivel biológico y social. Gracias a ellos, no sólo hemos podido sumarnos a un proyecto de ciudad, sino que entre otros aspectos hemos sentido en carne propia –y a tiempo real– la relación cambiante del sol con nuestra casa. Ha sido una suerte que el confinamiento haya sido en primavera; es la época del año con una cantidad de horas diurnas siempre en aumento y con un mayor crecimiento en la incidencia del sol. Durante estas semanas, hemos podido comprobar cómo el sol ha ido penetrando de manera variable por ventanas, balcones y terrazas, llegando a una hora más temprana por la mañana y permaneciendo más tiempo por la tarde. Incluso es posible que el sol se haya colado por huecos a los que no conseguía llegar tan solo unas semanas atrás.
Seguramente hemos ganado en capacidad para intuir las primeras horas de sol al amanecer, advertir también el atardecer, e incluso escuchar muchos sonidos que antes nos pasaban desapercibidos. Cada uno de los elementos que forman el espesor de las aperturas de fachada –celosías, persianas, contraventanas, cortinas, visillos, etc.– ofrecen múltiples posibilidades de uso para responder al comportamiento del sol, al viento y a los múltiples sonidos que vienen del exterior. Confiemos en que la conciencia adquirida de todo su potencial –y su buena utilización futura– ajuste el consumo energético de nuestras casas y revierta en un mejor nivel de salud medio ambiental en beneficio de todos.