Un proyecto muy atípico de Stefano Colli para YOMO.
Entre proyecto y proyecto, de vez en cuando a los diseñadores de interiores les caen encargos insólitos. Cuando además provienen de un buen amigo, la cosa se convierte en un reto. En este caso fue todo muy fácil y divertido gracias a la confianza y el respeto mutuo que une a cliente e interiorista. Fue un trabajo de esos que reafirman el placer del oficio.
Según Stefano Colli “se trataba de reunir todas las pasiones y manías del cliente en un mismo lugar. Es el reflejo fiel de YOMO y su magnífica personalidad. Trabajamos juntos en el proyecto, mano a mano, de principio a fin”. Francamente, suena a que se lo han pasado de maravilla…
El placer de cocinar para los amigos
Una de las grandes pasiones de YOMO es cocinar. La protagonista indudable tenía que ser, sin duda, la cocina. Es de gran tamaño y profesional. Una cocina de ensueño para aquellos que disfrutan preparando y compartiendo momentos memorables alrededor de una mesa. Los Txocos vascos han sido la referencia más importante para diseñar la cocina y el comedor del Circolo Rossini.
Hormigón, vidrio y hierro
El local era un antiguo taller que producía bobinas de aluminio para proyectores de cine. Las paredes se han mantenido de origen: “estaban cargadas de memoria”, explica Colli. Asimismo, el vidrio translúcido texturizado de la entrada es el mismo que se encuentra en la puerta de la finca.
Con el objetivo de nivelar los distintos pavimentos existentes, se ha realizado una solera de hormigón. Ésta se ha hecho con la misma técnica que se usaba antaño para las aceras: pasando un rodillo con puntas para imprimir una textura antideslizante.
Se han usado materiales crudos y nobles como el hierro, el vidrio y la madera de roble. La librería de hierro, por ejemplo, es un homenaje explícito a los estantes de varilla de Enric Miralles, maestro admirado y referencia importante para Stefano Colli. Están realizadas con corrugados para armar el hormigón.
Iluminación suspendida desde el techo
Uno de los retos importantes ha sido el diseño de la iluminación del espacio. Para la entrada principal se ha elegido la lámpara Artichocke de Luis Poulsen que tenía el propietario. Para crear un ambiente agradable, en el resto del local se han instalado luminarias dobles estándar. Son empotrables para falsos techos de oficina, suspendidas y montadas sobre una sencilla estructura de madera. Toda la iluminación es regulable y permite graduar tanto la luz directa como la indirecta.
La entrada cuenta con una inscripción caligráfica realizada expresamente por Oriol Miró, que se ha convertido en el manifiesto del local.
Un tesoro escondido
En el suelo, una trampilla de cristal protege la entrada a una estancia subterránea. Bajando una escalera metálica se encuentra la bodega de vinos. Sorprendentemente, esta habitación se descubrió durante las obras y enseguida se convirtió en uno de los valores más importantes del local.
Mobiliario y carteles reutilizados
Todos los muebles pertenecen al cliente, así como la gran cantidad de carteles enmarcados. La mayoría de ellos son cubanos, provienen de viajes y contienen mensajes de carácter político.
Fotografías de LEO GARCIA MENDEZ @leocroma