De la Bauhaus al Guggenheim con Anni Albers.
Anni Albers (Berlín, 1899 — Orange, Connecticut, EE.UU., 1994) estudió en la Escuela de Artes Aplicadas de Hamburgo (Kunstgewerbeschule) en el año 1920. Pero terminó desilusionada con la enseñanza tradicional, y buscó una formación más experimental. Cautivada por un folleto de la Bauhaus, el nuevo centro alemán de diseño y artes aplicadas ubicado en Weimar, decidió solicitar allí una plaza en 1922.
La escuela era innovadora, sabiendo perfectamente que había que alejarse del arte académico. Eso sí, modernidad la justa en la escuela dirigida por Gropius. Éste desaconsejaba que las mujeres asistieran a clases consideradas demasiado físicas (como la metalurgia o la carpintería). Debido a ello, Albers optó por los textiles.
El tema textil no se consideraba una materia específica, sino más bien una herramienta. Como afirmaba la artista: «Creo que en parte mi manera de abordar hoy la práctica textil consiste en sentarme, con mucha libertad, e indagar a ver qué sucedería si doblo esto, giro lo otro, etc». Tras haber adquirido conocimientos sobre los procesos de teñido y el funcionamiento de los telares, Albers estudió el potencial estético e industrial de los tejidos. Esa búsqueda desembocó en la realización de sus primeras colgaduras.
La artista desarrolló un método de producción sistemático y organizado en el que los textiles podían fabricarse en gran cantidad. En sus colgaduras aparecían módulos que se repetían, rotaban o se entrelazaban siguiendo reglas geométricas. Albers escogía una figura —una de sus favoritas era el triángulo— y la repetía hasta lograr la composición final deseada. Además, sobre ese primer tejido base, Albers podía tejer una nueva trama secundaria, o más, creando distintas capas y volúmenes, lo que confería a la pieza diferentes densidades. La observación de la obra de Paul Klee, que ejercía como profesor en la Bauhaus cuando Albers era estudiante y fue responsable del taller textil durante algunos años, influyó de manera esencial en la manera de trabajar de la artista.
Una de las piezas más importantes de la época Bauhaus de Albers fue un encargo de Hannes Meyer. El director de la escuela entre 1928 y 1930 encargó en 1929 a Albers una colgadura para cubrir un muro del nuevo auditorio de la Allgemeinen Deutschen Gewerkschaftsbundes Schule en Bernau (Alemania). Empleó un material sintético parecido al celofán. Este tejido tenía dos lados que servían a dos objetivos distintos: uno absorbía el sonido y el otro reflejaba la luz. Arte y utilidad en una pieza que supone un ejemplo perfecto de diseño industrial.
Como cuenta la propia Albers: «Lo que resultaba más apasionante de la Bauhaus era que no había ningún sistema de enseñanza aún establecido […] y sentías como si dependiese solo de ti; debías encontrar de algún modo tu manera de trabajar […]. Esta libertad es probablemente algo esencial que todo estudiante debería experimentar».
De la Bauhaus a Estados Unidos
La utopía terminó con la ascensión del partido nazi al poder en Alemania. El matrimonio Albers se vio abocado a emigrar en 1933 a Estados Unidos. Su siguiente etapa vital se estableció en Carolina del Norte, ya que fueron invitados por Philip Johnson, comisario del Museum of Modern Art (MoMA) de Nueva York a ejercer la docencia en el Black Mountain College.
Esta pequeña escuela experimental de arte había sido fundada por Andrew Rice y Theodore Dreier, profesores del Rollins College (Florida) que, frustrados con el sistema tradicional de enseñanza, decidieron abrir un centro propio donde ofrecerían una educación artística interdisciplinaria basada en principios de comunidad y colaboración. Las artes plásticas eran la base del plan de estudios. Además de la experimentación con nuevos métodos y técnicas.
Recordando su experiencia, Albers comentó: «Resultó ser un lugar muy interesante porque nos dio la libertad de construir por nosotros mismos […]. Yo organicé un taller de textiles y me dediqué a la educación y a desarrollar mis propias técnicas de enseñanza.»
Al llegar al Black Mountain College, Albers disponía de muy pocos materiales, ya que muchos de los que había llevado allí procedentes de Europa se dañaron en el viaje y, como la escuela se encontraba en medio del campo, tenía escasos recursos al alcance de su mano.
Esta situación, unida a su innata curiosidad, la encaminó a experimentar con el uso de nuevos materiales vegetales, como el yute, el cáñamo, las hojas de eucalipto, el maíz, la hierba e industriales como el hilo de rosca metálico, con los que descubrió diferentes texturas. Así creó obras con combinaciones únicas.
Del textil al grabado
En la década de los 60, Anni Albers experimentó una tremenda evolución en su arte. Su maestría en el textil dio paso a una nueva versión de la artista. El ámbito del grabado la estimuló al darse cuenta de que esta técnica le permitía una vía de expresión más rápida o, como ella misma afirmó, más libre: «en la litografía, la imagen de los hilos podía reflejar una libertad que jamás hubiese podido imaginar».
Las primeras series litográficas toman el hilo y sus formas como punto de partida conceptual. Las siguieron grabados con distintas capas de varias tintas, que, cuando se mezclaban con ácidos, generaban coloridas transparencias y daban lugar a ilusiones ópticas (como la de tridimensionalidad). La posibilidad de producir en serie este tipo de obras complació a la artista, quien desde entonces y hasta 1984 se centró exclusivamente en el grabado, dejando atrás los textiles definitivamente.
Anni Albers falleció en Connecticut en 1994. Hasta su muerte estuvo creando y experimentando con los materiales. Está considerada la artista textil más importante del siglo XX.
Anni Albers: tocar la vista
Del 6 octubre de 2017 al 14 de enero de 2018
Museo Guggenheim Bilbao
Avenida Abandoibarra, 2
48009 Bilbao
https://annialbers.guggenheim-bilbao.eus