Desert City. El paraíso de los cactus está en Madrid.
El que es el primer vivero biotecnológico especializado en xeropaisajismo de España, y el más importante de Europa, se levanta sobre el que hasta hace poco era un descampado lleno de residuos, limitado por la Autovía A-1 y el Parque Regional de la Cuenca Alta del Manzanares. Un espacio de transición y diálogo entre dos mundos opuestos, del que surge la filosofía del proyecto en torno a la figura del oasis, como el lugar de negociación y encuentro entre ellos.
De marcada proporción longitudinal, la nueva construcción, que discurre paralela a la carretera acompañando la mirada de los conductores en su viaje, nace de una fuerte simetría jardín-claustro. La planta en forma de U rodea al jardín, que convertido en protagonista indiscutible de la intervención se cierra a la carretera, volcando sus vistas al Parque. Sólo una ligerísima pérgola sobre la que se han plantado plantas rompe la continuidad entre la naturaleza más ‘espontánea’ y la ‘construida’. En el lado opuesto, una pasarela une los dos cuerpos, permitiendo disfrutar de una visión aérea del jardín completamente distinta de la que se tiene al pasear por él.
A ambos lados del jardín y relacionados por él se localizan los dos volúmenes que dan forma al edificio: uno más pequeño orientado a Sur, que alberga un espacio diáfano para formación y talleres, y una cafetería; y el principal, reservado para el invernadero, las oficinas, los almacenes y los espacios destinados a la investigación y cuidado de las plantas. Como una suerte de claustro, el invernadero genera distintos recorridos que permiten a los visitantes disfrutar de la gran colección de plantas expuesta.
Con 40 metros de luz y ningún apoyo intermedio, la innovadora y ligera cubierta que cubre el invernadero debía dejar pasar la luz. Ejecutada con la última tecnología y construida en un taller de Galicia, desde donde se trasladó en dos mitades que fueron finalmente unidas in-situ en un proceso muy delicado, está hecha a partir de dos láminas –una transparente y otra translúcida– de plástico etfe. La estructura de cables tensados a tracción tipo tensegrity genera una cámara de aire entre ellas, que funciona como aislante térmico y amortigua la incidencia de los rayos solares.
A nivel constructivo se trata de un edificio muy ligero, mayormente prefabricado y con estructura metálica. Con modulaciones continuas, en él se ha empleado un único tamaño de vidrio, así como dimensiones muy acotadas de cerramiento de aluminio. «Una arquitectura casi desmontable, a pesar de su tamaño», apunta el arquitecto, que ha querido recrear con ella una actualización de los invernaderos del siglo XIX.
En la planta primera y en la pasarela se ha optado por un vidrio de grandes dimensiones, que con una composición novedosa –lámina de control solar + lámina coloreada– y una estética casi retro, genera una variación cromática a lo largo del día que convierte un contenedor aparentemente neutro en un volumen cambiante.
Para proteger las fachadas más expuestas, a Sur y Oeste, se han creado unas dobles fachadas a modo de patios, que además de generar ventilación cruzada sobre el espacio central, recrean hábitats reales de los distintos desiertos del mundo. Todo el edificio ha sido diseñado desde un punto de vista 100% sostenible, con placas solares, suelo radiante –enfriado o calentado gracias a los serpentines colocados bajo el aparcamiento– y energía geotérmica.
«Hemos apostado por una arquitectura sobria y un color oscuro que se complementa perfectamente con el verde de las plantas» explica García-German, que ha tratado de huir así de la imagen industrial y descuidada que caracteriza la mayoría de los viveros. Una intervención con una puesta en escena muy cuidada, en la que cobran especial importancia los detalles y acabados, que en poco más de dos años ha transformado un descampado lleno de escombros en un enclave paisajístico único que ya es considerado como el jardín de referencia en especies xerófitas en España.
Fotografía: Imagen Subliminal (Miguel de Guzmán + Rocío Romero)