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Albert Berrocal
17 noviembre 2023

Dietrich Neumann: “La arquitectura es siempre el resultado de un proceso político”

Con la exposición Politics and Architecture como telón de fondo, que desvela las contradicciones políticas que caracterizaron el nacimiento del Pabellón Mies van der Rohe de Barcelona, Neumann reflexiona sobre la participación arquitectónica en los discursos de poder.

Dietrich Neumann es profesor, arquitecto y diseñador. Inmiscuido en la intervención que debe concluir el programa de este año dedicado al Pabellón Mies van der Rohe, bajo el título Politics and Architecture, su participación invita a reflexionar sobre la implicación de la arquitectura en cuestiones históricas. Aunque reconoce que los arquitectos forman parte de un sistema en el que nunca adoptan la voz cantante, Neumann reivindica su participación mediante la reflexión que comparte su proceso creativo, transmitiendo su pensamiento desde una distribución concreta de los materiales hasta la elección de un determinado color. La génesis del pabellón se pone en duda. Y, con ella, la representación de la joven democracia de la República de Weimar que tradicionalmente se le atribuye. Neumann comparte su investigación y su visión respecto a un binomio, arquitectura y política, que casi siempre va de la mano.

Pregunta: ¿Qué condiciones determinan la creación del pabellón y en qué sentido la nueva interpretación que presenta redefine la relación histórica con la arquitectura?

Respuesta: La situación a finales de los años veinte era compleja. La República de Weimar fue la primera democracia en Alemania y el país todavía no sabía muy bien cómo aplicarla. En la política nacional existían hasta catorce gobiernos distintos, pero a escala internacional la situación era mucho más complicada: Alemania había sido un actor fundamental para desencadenar la Primera Guerra Mundial. Con la Exposición Universal de Barcelona de 1929, recibieron la primera invitación para un evento internacional, y el país alemán sintió que no podía desaprovechar esa oportunidad. El gobierno no quería gastar mucho dinero y, en un principio, no quería un pabellón. Fue un industrial alemán, conservador y a favor de la continuidad de la monarquía, el que se encargó de los contactos con Barcelona y el que decidió que debía impulsarse ese espacio. Arquitectura moderna con un estilo más conservador, materializada a nivel formal mediante un revestimiento de mármol. Ese fue su proyecto. Es interesante ver cómo el pabellón se puede interpretar de diferentes maneras. El discurso tradicional ha entendido el edificio como imagen de la democracia, como un respaldo del gobierno hacia la arquitectura modera. Pero, ¿y si no fue así? Cuando miras un episodio histórico de cerca, todo se complica: la historia oficial se desvanece.

P.: Las fotografías han jugado un papel fundamental para construir esta nueva visión…

R.: En este punto existen dos grandes cuestiones. La primera es que nadie se había dado cuenta de que estas imágenes no incluyen la palabra ‘Alemania’ en el pabellón. Esto es muy extraño: en los pabellones de los demás países aparece ‘Italia’, ‘Francia’ o ‘Yugoslavia’. Esto se debe a que el industrial alemán que comentaba antes estaba muy frustrado con su gobierno. Financió el pabellón, principalmente, de su propio bolsillo: era su pabellón, no el del gobierno. La segunda cuestión respecto a las fotografías tiene que ver con el color: eran imágenes en blanco y negro. Los colores son muy importantes cuando miras las banderas. Desde siempre se había pensado que aparecían las banderas alemana y española. Sin embargo, se trataba de dos banderas alemanas: el país estaba dividido y cada facción tenía sus colores. Nunca me había cuestionado si la bandera que aparecía en las fotografías era la española.

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© Anna Mas

P.: ¿La arquitectura siempre debe estar al servicio de una ideología determinada?

R.: La disciplina es siempre el resultado de un proceso político: hasta el edificio más humilde de alguna calle de Barcelona es fruto de una planificación, de un encargo. Los edificios se construyen porque la política mueve el dinero: siempre se involucra. En el caso que nos ocupa, cualquier pabellón de una Exposición Universal representa a su país. Son una declaración política. La edición de 1929 fue un caso muy complicado: se mezcló que el gobierno no quería pagar y que el actor que lo financió fue un hombre de derechas que acabó afiliado al partido nazi y juzgado en los juicios de Nuremberg. Las voces se unen y crean una declaración política muy complicada. Todo depende de cómo lo interpretemos. Sin ir más lejos, que ahora hayamos recuperado todos estos documentos y hayamos formulado una nueva visión histórica no deja de ser, en cierto modo, otra declaración política.

P.: Y dándole la vuelta a la cuestión, ¿de qué manera pueden contribuir los arquitectos a reconfigurar la agenda política?

R.: Los arquitectos tienen menos poder del que a veces suponemos. Necesitan un cliente que pague, un encargo, desarrollar un proyecto teórico: son parte de un sistema, y están atados a él. El proyecto, al final, es de aquel que lo financia. Sin embargo, su trabajo es resultado de su expresión, y pueden ser muy reflexivos mediante la elección de los materiales o la resolución de ciertos detalles concretos. Incluyendo parte de la tradición local en su proceso creativo, por ejemplo. En cualquier caso, los arquitectos no tienen tanto poder como las personas que hacen las leyes y poseen los recursos.

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© Anna Mas

P.: ¿Qué herramientas puede utilizar la arquitectura para generar un impacto positivo en un futuro cercano?

R.: Hoy en día, por ejemplo, creo que la arquitectura ya está interesada en ayudar a la clase trabajadora a vivir en apartamentos más decentes. Puedes contribuir haciendo un proyecto que diseñe buscando ser atractivo tanto para aquellos que pagan como teniendo en cuenta quién va a ocupar ese espacio. Como arquitecto también debes alimentar a tu familia y a tus colaboradores, y estás atado a ello. Pero creo que también puedes perseguir construir proyectos con una base teórica que influya en el discurso público del momento.

P.: ¿La pandemia favoreció una sensibilidad más atenta hacia la arquitectura y el urbanismo?

R.: Es una cuestión que se mueve por oleadas. Cuando yo era estudiante había un interés muy fuerte por la planificación urbana y las cuestiones sociales. Estoy hablando de los años setenta. Pero a principios de la década siguiente esta actitud desapareció. Ahora creo que, hasta cierto punto, es una inquietud que ha vuelto a nuestras agendas, y esto se transmite en cómo se enseña la disciplina a los nuevos profesionales. La participación de la arquitectura en cuestiones sociales, mediante el diseño sostenible o el compromiso con la crisis de inmigrantes, es clave para impulsar el sector. Lo fascinante de la arquitectura reside en este factor: poder hacer grandes proyectos con muchos recursos detrás y apartarlos porque prefieres buscar que la obra sea relevante a nivel social.

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© Anna Mas

P.: ¿El diseño actual es también una respuesta a un periodo de inestabilidad política?

R.: El diseño determina el problema y es parte de su proceso. El mayor poder lo ostentan aquellos que tienen recursos: son ellos los que pueden cambiar las leyes. Pueden decidir seguir construyendo, por ejemplo, viviendas de bajo coste para inmigrantes o pueden votar en contra de esta medida. Los arquitectos sólo pueden contribuir ofreciendo buenas soluciones que, después, los políticos podrán o no aceptar.

P.: Para resumir, ¿la arquitectura representa la belleza formal o es un arma social?

R.: La respuesta ya está incluida en la pregunta: en un caso ideal, la arquitectura comprende ambos aspectos. Sin embargo, siempre existirá una especie de equilibrio cambiante entre una y otra, porque es muy difícil lograr ambas cosas al mismo tiempo. Sin embargo, a veces sucede. Y, simplemente, es la obra más hermosa del mundo.

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