La Casa Vermelha. La moderna casa portuguesa de piel roja.
Condicionado por el huerto de naranjos que ocupaba la parcela original, el proyecto –seleccionado para los Premios FAD de este año– ha conservado tanto los árboles como la construcción y el volumen existente, adaptado a su nuevo uso mediante un cuidado proceso de rehabilitación y transformación.
Con sus dos fachadas limítrofes con las propiedades vecinas ciegas, el edificio es objeto de dos operaciones: el ‘rasgado’ en toda su longitud de la fachada orientada poniente y enfrentada al huerto, transformando así el interior y el exterior en un único elemento; y la creación de un patio interior que permite la entrada de luz a las áreas más oscuras de la casa.
La intervención concentra los espacios públicos en la planta baja, con los usos más privados ocupando las zonas de los niveles superiores junto a las fachadas. Se genera así una secuencia de vacíos sobre la planta principal que da lugar a dobles y triples alturas, con una escala inaudita que recuerda al anterior uso agrícola de la finca.
El interior se ha pintado de blanco, con superficies espejadas que multiplican el espacio y grandes ventanales abiertos a patios ‘vegetales’.
«Mantener las paredes existentes nos obligó a enfrentarnos a un universo constructivo mediterráneo primario, anterior a la industrialización» explican los arquitectos, que han apostado por conservar todos los materiales encontrados durante la obra. De este modo, las tejas fueron reutilizadas, las piedras transformadas en alféizares y la estructura de madera de la cubierta convertida en pavimento exterior.
Para compatibilizar morteros se utilizó un revoco de cal-aérea pigmentada, realizado por un artesano local que trabaja con este tipo de materiales y recurriendo a técnicas milenarias que mezcla cal pura con puzolanas. Se logra así que que en contacto con el aire se vaya petrificando lentamente, transformándose en piedra.
Para revalorizar este material se le añadió un pigmento rojo natural, que permite a la construcción envejecer gradualmente así como cambiar de tonalidad sin necesidad de ser pintado. A lo largo de los meses y los días el color de la casa se transforma en función de la humedad del aire, de más clara o más oscura, asumiendo un tono casi negro cuando llueve.
Para acentuar el carácter meridional de la casa se introdujo en el jardín un espejo de agua que refleja el cielo. Una piscina negra levantada del suelo donde, no siendo posible distinguir sus límites ni aristas, nadar se convierte en «un acto trascendental, donde el cuerpo flota sobre el agua en un vacío absoluto».
Fotografía: Fernando Guerra | FG+SG