Casa SaLo en Panamá: la ‘choza’ que recrea un ecosistema tropical.
La Casa SaLo, situada en la cima de un cerro de Punta San Lorenzo (Panamá) es más que un refugio para su propietario, el arquitecto Patrick Dillon. Es la realización del sueño de juventud de vivir en libertad. Y es también un proyecto de investigación que le ha llevado diecisiete años de experimentación. Él dice que no ha llegado a ninguna conclusión pero viendo el resultado podemos afirmar que la naturaleza puede convertirse en arquitectura.
Para hablar de este proyecto tenemos que remontarnos a la época en que Dillon vivió en París. Residía en el bonito barrio de Les Halles en una calle de nombre icónico: la Rue Montmartre. Pero que nadie piense en una buhardilla bucólica porque en realidad se trataba de “cuatro minúsculos cuartos al final de una escalera desvencijada con dos ventanas hacia la calle y una hacia un patio interior. No podía estrecharme mis brazos sin tocar el techo”, nos cuenta.
Al principio se autoengañó: “Sentí que era el cielo”, pero con el tiempo esa ilusión se desvaneció y la cruda realidad se reveló: vivía en una “camisa de fuerza”. Fue entonces cuando empezó a soñar con la idea de vivir algún día “en un lugar sin paredes, sin ventanas, sin restricciones, sin límites”.
Y ese día llegó. Con el tiempo tuvo la oportunidad de hacerse con una parcela en un promontorio de la Provincia de Veraguas rodeado por el cielo y el océano infinito con “una vista hacia el sur que juraba dejaba ver hasta las Islas Galápagos”.
Ahora bien, en aquellos momentos el lugar tampoco era el paraíso. A raíz de muchos años de práctica de agricultura de subsistencia la cima se había transformado en un campo baldío, quemado y estéril.
Ahí fue cuando empezó el experimento de Dillon: recrear el ecosistema devastado. Y puesto que se trataba de un trabajo de recuperación, añadió la premisa de que la estructura de la casa estuviera hecha de materiales reciclados.
De cara a devolverle la vida al lugar, lo primero fue construir un gran techo para captar agua de lluvia en tanques. Sembraron plantas, flores y árboles por todas partes y “dejamos a la madre naturaleza tomar su curso”.
Muy bonito, sí, pero recordemos que estamos en un sitio remoto, de modo que antes hubo que trasladar todos los materiales “en camión, balsa, a cuesta de caballo y a la espalda; a través de caminos enlodados, pasando por el Río Grande, manglares y playas y ensenadas”.
El trabajo valió la pena. “Las aves volvieron primero, luego vinieron mariposas, ranas, serpientes, iguanas, monos aulladores… Hasta los venados casi en extinción encontraron el camino de vuelta”.
La segunda parte del experimento consistió en investigar la naturaleza de la arquitectura tropical, de modo que la construcción de la vivienda se convirtió en una especie de laboratorio donde investigaron con estructuras, materiales y métodos de edificación.
El resultado es una cabaña de 250 metros cuadrados cuyos principales materiales de construcción son los cimientos, las losas y los muros de retención de hormigón armado. La estructura de techo está hecha de tubos, chaneles y carriolas de acero con cubierta de zinc, así como raso de malla de repello. Las paredes corredizas son de fibra de vidrio. Y las terrazas están recubiertas de madera tratada a presión procedente de casas demolidas de la antigua Zona del Canal, originalmente importada de Estados Unidos en los años 30.
Destacamos el hecho de que la vivienda se adapta a los cambios climatológicos. Estando situada en un lugar donde los rayos, los truenos y las tempestades son habituales, el techo se hizo más grande en la dirección que llegan para encajar mejor el choque de la colisión. Y puesto que se trata de que la casa esté abierta a la intemperie, se colocaron paredes corredizas para protegerse de la lluvia.
En verano ocurre lo contrario: la cabaña se destapa para no oponerse a los vientos cálidos del norte que tratan de “barrernos de la cima”. Es entonces cuando retiran las paredes y el techo, “ligero como una cometa” y el cual “ondula como olas del océano o como un ave gigante tomando vuelo”.
Como decíamos, al final de todo, Dillon considera que no ha llegado a ninguna conclusión sobre el proceso de recrear un ecosistema y construir una casa “orgánica”. Tampoco es que le importe. “Lo único que puedo decir con certeza es que la experiencia de construir y vivir allí nos ha llevado a apreciar más que nunca algunas cosas simples e infinitas como lo son el espacio y el tiempo, permitiéndonos de paso un destello de lo que tal vez sea el paraíso”.
Fotografías: Fernando Alda