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La rehabilitación de una humilde casa en Oporto regenera su entorno.

El arquitecto portugués Paulo Moreira es el autor de esta pequeña vivienda-despacho situada en Oporto y finalista de la presente edición de los Premios FAD. El proyecto parte de la idea de que las obras a pequeña escala también pueden tener un impacto en la recuperación de la ciudad. La casa está situada en un pequeño solar triangular en la Rua dos Caldeireiros, que constituye literalmente el espacio sobrante entre edificios de diferentes direcciones. Tiene cerca de 57 m2 distribuidos en tres plantas y media-plantas con un frente único de 4 metros; la esquina opuesta es de 75 cm.

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La intervención pretendía devolver a la construcción su carácter original, realizando mínimas modificaciones. Estructuralmente, el trabajo se redujo a la sustitución y la consolidación de algunos elementos. En la fachada, las obras de conservación se realizaron respetando las características tradicionales de la construcción: se rehabilitaron las superficies de revoco y se sustituyeron las carpinterías existentes.

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En la planta baja se mantuvo la apariencia imperfecta de la piedra pintada, testigo del paso del tiempo y vehículo para establecer un diálogo con la envolvente degradada que constituye esta zona de la ciudad.

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La intervención en la cubierta se basó en la recuperación de dos vigas de madera y la sustitución de los elementos restantes por otros de características similares a los originales, incluyendo la reconstrucción de los listones que sujetaban el techo de estuco, ahora vistos.

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La volumetría del tejado se mantuvo pero se añadieron nuevas entradas de luz y se reforzó el aislamiento térmico.

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La organización de los espacios interiores se caracterizó por una mínima intervención que permitió mantener la disposición espacial general existente.

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De esta manera se controlaron los costos de la obra y se respetó la tipología original. Se eliminaron algunas intervenciones que había restado carácter al edificio a través del tiempo (revocos, techos y tabiques falsos).

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El proceso de ‘desnudado’ de las paredes y techos hizo que salieran a la luz las texturas de los materiales, unificadas por el color blanco, lo que permitió establecer relaciones con las edificaciones vecinas.

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Estos descubrimientos inspiraron la creación de pequeños nichos que mejoran la relación recíproca entre la arquitectura, los objetos y la propiedad. Puntualmente, se introdujeron piezas contemporáneas –vajilla, hardware…- con las que se logró un equilibrio entre los elementos nuevos y viejos.

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La intención de hacer evidente el esqueleto de la casa también se materializó en el área de almacenamiento de la planta baja y en los baños alojados en las entreplantas (aseo y ducha), revestidos tan sólo de cemento.

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En una obra de estas dimensiones, estas sencillas operaciones han permitido ganar espacio y adquirir un nivel de confort y calidad en consonancia con los estándares actuales.

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Al comienzo de la obra, una gran parte de los edificios de esta calle se encontraban en un avanzado estado de deterioro. El proyecto de esta pequeña vivienda impulsó la rehabilitación de algunos edificios vecinos, en los que se fueron realizando intervenciones modestas, como el arreglo de las cubiertas o la pintura de las fachadas, así como otras más profundas de la conservación y restauración del interior.

Como conclusión, se puede decir que aunque la casa habla la misma lengua que el barrio tradicional en que se integra, adquiere sin embargo un carácter particular, contemporáneo. Revela una inteligencia proyectual de gestión de recursos, espacio y soluciones. La minuciosidad con que se construyó, como si de una joya se tratase, fructifica en detalles constructivos ingeniosos, originales y hasta con sentido del humor.

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Fotografías: PROMPT / Inês Guedes

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