Benedetta Tagliabue: Barcelona debe volver a ser vanguardista como lo ha sido siempre
Tras el estudio de arquitectura Embt fundado en la Barcelona olímpica junto a Enric Miralles, la artista nacida en Milán reflexiona sobre los principios básicos de la disciplina obligados a reajustarse en la mentalidad actual.
Benedetta Tagliabue es uno de los grandes nombres de la disciplina arquitectónica de los últimos cuarenta años. A través del espacio fundado con Enric Miralles durante la década de los noventa, en la Barcelona que se abría al mundo con la celebración de los Juegos Olímpicos, ambos lanzaron un estudio de arquitectura que acumula grandes proyectos a sus espaldas, como el Parlamento Escocés en Edimburgo, el Ayuntamiento de Utrecht en Países Bajos o el mercado de Santa Caterina en Barcelona. La artista italiana, que recientemente ha cerrado el ciclo de conferencias organizadas por APE Grupo, defiende la capacidad de la arquitectura para transmitir conocimientos que tengan un impacto en el discurso social de la Europa contemporánea. Sin olvidar el papel que ha jugado Barcelona en la construcción de un espacio que sirve como modelo para otras capitales de renombre, Tagliabue reflexiona sobre la belleza implícita que acompaña cualquier proyecto arquitectónico y sobre el cambio de paradigma que ha activado la llegada de las nuevas tecnologías.
Pregunta: ¿Cómo se consigue integrar la cultura de cada país en cada uno de los proyectos?
Respuesta: Este debate es muy recurrente en nuestra disciplina. Por poner un ejemplo, si ganas un concurso en Escocia y eres catalán, muchos saltan sobre por qué no desarrolla el proyecto un escocés, que seguro que conoce mejor tanto el contexto como la cultura del lugar de origen. Hace treinta años, era muy difícil encontrar arquitectos que trabajasen lejos de su país, y esta circunstancia se está repitiendo mucho hoy en día. De hecho, creo que a veces es más positivo que venga alguien de fuera. Hace unos años me llamaron para colaborar en el programa de televisión ‘El paisatge favorit de Catalunya’, en la televisión pública catalana. Cuando dije que quería hablar de Montserrat, consideraron que mi propuesta era perfecta: era un tópico tan evidente que le hubiese dado vergüenza proponerlo a alguien que fuese de aquí. Una persona que viene de fuera observa el entorno sin ser tan prudente: en una ciudad que no es la tuya, puedes observar la arquitectura local desde una frescura que admite menos prejuicios. Consigues crear un discurso más directo. Sin embargo, como arquitecto debes hacer todo lo posible para intentar conocer el lugar y enamorarte de sus formas. Nosotros siempre hemos hecho arquitectura, también cuando estaba Enric Miralles, que desde el viajar nos permitiera adoptar una visión que no dejara de aprender. El arquitecto no sólo quiere hacer dinero, sino garantizar un intercambio de conocimientos.
P.: ¿Qué hace diferente a un estudio de arquitectura?
R.: Sin financiación es imposible hacer arquitectura: un estudio no deja de ser una empresa. Sin embargo, no es como una promotora, donde la finalidad primaria es la de hacer dinero. En un estudio de arquitectura se busca producir, básicamente, buena arquitectura, en el sentido de proveer ideas y construcciones que mejoren la vida de la gente. La diferencia está en que existe una actitud más humanista, que convierte el hacer dinero en un medio necesario para impulsar esta dedicación. La arquitectura es una profesión de servicio que tiene como prioridad el intercambio cultural.
P.: Dentro de este servicio, ¿cómo está influyendo la disciplina en la definición del espacio urbano actual?
R.: La arquitectura incluye la posibilidad de crear un diálogo entre los ciudadanos. Cuando tocas el espacio público urbano, estás trabajando sobre un lugar del que todos participan. Es muy bonito hacer una arquitectura que tenga en consideración muchos puntos de vista. Respecto a la participación, es difícil desarrollarlo. Actualmente, se intuye un discurso, pero esta inclusión no acaba de materializarse en proyectos concretos.
P.: ¿La función social de la arquitectura es compatible con una valoración estética?
R.: Yo soy una idealista: la estética es parte fundamental del discurso social. Cada uno de nosotros se encuentra mejor en un espacio bello de por sí, que favorece una mejor disposición sobre los demás y sobre ti mismo. La calidad y la belleza de la arquitectura forma parte del discurso público participativo. Sin embargo, en multitud de ocasiones se olvida esta condición, el carácter bello se tilda de superficial y vacuo.
P.: ¿La arquitectura barcelonesa tiene su propia seña de identidad?
R.: La ciudad de Barcelona tuvo una capacidad y una proyección de imagen, sobre todo durante la época olímpica, muy evidente. Fue un contexto muy especial, en el que los mejores arquitectos colaboraron para potenciar la ciudad y el espacio público. Años después, gran parte de los proyectos que se hicieron en Barcelona se han desarrollado en otras ciudades del mundo, como Moscú o Copenhague. Muchos lugares han copiado los modelos de Barcelona. Aquí en Cataluña debemos ser conscientes que hemos sido una referencia internacional, y que para mantenernos como modelo hemos tenido que poner el listón muy alto durante muchos años. Ahora Barcelona se intentan hacer cosas, pero se trabaja más con ideas que con proyectos que llegan a materializarse. Barcelona debe volver a ser vanguardista como lo ha sido siempre.
P.: ¿Desde qué punto de vista se enfrenta a la llegada de las nuevas tecnologías?
R.: Aunque seguro que tenemos más facilidades con estas nuevas herramientas, reducen la capacidad de los individuos para pensar. La tecnología es buena, pero lleva implícitas muchas trampas. Esto pasa en arquitectura, pero también en otras disciplinas, y se está hablando mucho de cómo controlarlo. Los arquitectos jugamos mucho con ellas, e intentamos mantenerlas bajo control y conocerlas. Pero las mezclamos con una gran capacidad manual: mantenemos dibujos a mano, collage, maquetas. La manualidad implica muchas más cosas, mucha más variedad de la que propone el trabajo digital. Lo más sano sería mezclar las dos disciplinas.
P.: ¿Las nuevas generaciones crecen con menos habilidades que los profesionales de hace treinta años?
R.: Tienen habilidades diferentes, con unas capacidades que nosotros que no hemos crecido al mismo ritmo que este mundo digital no tenemos. Yo sé que no tengo ni la capacidad de buscar en la red toda la información. Las nuevas generaciones saben moverse en este espacio con una facilidad extrema. Lógicamente, como saben hacer esto mejor que yo, no cuentan con algunas de las características que nosotros dábamos por descontado. Mi generación ha crecido con un lápiz en la mano y papel, además de con una paciencia y una lentitud que ahora no se contempla. Hay cosas que se pueden aprender de ambos lados.