Matías Krahn y su taller, donde la vida y el arte se dan la mano.
Visitamos a Matías Krahn, un artista de Barcelona, nacido en Chile, en su estudio del Poblenou. Un espacio originalmente industrial transformado a golpe de objetos, plantas, obras y colores en un ambiente acogedor e íntimo. Su terraza tiene paisajes en miniatura con personajes que parecen salidos del mundo de los sueños.
La obra de Matías está protagonizada por el color, la textura y el espacio en “blanco” en que estos habitan. El color como vehículo al significado. Nos habla de su trayectoria, inspiración y viajes mientras tomamos un té en una de sus mesas de madera repletas de libros y de pequeños objetos fascinantes.
¿Matías, podrías hablarme de los temas centrales de tu obra? ¿Trabajas desde una idea o desde un impulso no-mental?
A la hora de trabajar mi intención es trascender los procesos mentales y conectar con algo mayor. Para eso, de una forma u otra, uno tiene que unir la mente, el corazón y las entrañas. Digamos que la intención es alcanzar el potencial intuitivo, en ese espacio en el que la mente no te tiraniza. Esa es mi meta, atravesarlo todo y llegar a otro lugar. Suena a cliché pero realmente es así, es el espacio en el que la magia ocurre.
¿En qué estás trabajando en este momento?
Estoy en varias líneas de trabajo, permitiéndome separarlas. Una tiene que ver con una energía interior más contenida, más concreta, con un proceso que implica mucha contención y rezo, para poder volver muy hacia dentro, hacia algo muy esencial y sin concesiones. Llevo más de un año trabajando en ella, sacando todo lo superfluo, intentando llegar a algo muy sencillo y puro. Tiene una energía bastante femenina, podríamos decir. He quedado enganchado a este proceso y me cuesta soltarlo, por eso he empezado a trabajar en otra dirección más expansiva, más masculina, que me permite juguetear y explorar otros terrenos, para no quedarme paralizado. Soy el mismo artista pero he llegado a un punto en el que me permito contemplarme desde distintos ángulos y verme de distintas maneras para no ser preso de imposturas, de mi propio lenguaje o de la trampa de adaptarme a cómo creo que esperan verme los demás. Pintar es una oportunidad para quitarse las máscaras o, por lo menos, para conocerlas. Por eso, trabajo en distintas lineas que me permiten explorar distintos aspectos de mi relación con el mundo, de lo visible y lo invisible. Ojalá, trascendiendo mi persona.
¿Y cómo influye en ti el espacio de trabajo?
Influye totalmente, es casi inevitable. Primero porque el estudio es un taller, como el de un mecánico o el quirófano de un médico, en el que uno necesita una serie de herramientas y un espacio físico en el que poder operar a gusto. Es como la cocina de un cocinero o la de un panadero que hace pan con sus manos. Es un laboratorio donde uno experimenta con la materia y donde también se juega con lo sutil. No es que siempre se pinte, en un estudio ocurren muchas otras cosas. En mi caso es donde también leo, escribo, dibujo, medito, juego y rezo. Es un espacio en el que la vida y el arte se dan la mano. Es un lugar muy privado, de mucha interacción mágica porque aparecen muchas claves y donde se mueven muchas energías, porque hay muchos elementos interactuando. El estudio es un espacio sagrado.
¿En qué estás encontrando inspiración últimamente?
Intento encontrar inspiración en todo, ser permeable para vencer mis prejuicios. Me gusta la vida en todos sus términos, una parte de mi se niega a poner límites. No está fácil, la verdad, porque eso te puede llevar a perder tu propio eje y, sin querer, también la honestidad de reconocer qué es lo que realmente te resuena. Creo que para que no pase es necesario conocerse muy bien y aprender a distinguir lo que es afín a uno, reconociendo siempre esa fuente y pidiendo permiso para descartar o para utilizar determinadas cosas, siempre desde el respeto, para no quedar en la superficie. La verdad es que no creo que sea posible de otra manera el poder llegar a buenos resultados. Es un tema de códigos. Eso ha sido siempre así, desde el principio de los tiempos. Para crear en determinada dirección uno debe tener la humildad de llamar a la puerta, presentarse. No siempre se abre. Hay que aceptarlo. Y si se abre, estar agradecido y honrar lo que se te ofrece. También aprender a defender lo que encuentras y a usarlo bien. En la medida en que uno pide permiso, reconoce la fuente, existe la posibilidad de hacer algo de valor porque se abren caminos.
Has estado viajando mucho y vas a seguir haciéndolo; ¿Cómo influyen estos viajes en tu obra?
Influye mucho. Creo que conocer lugares siempre ayuda. Viajar te abre la mente y el corazón y la mente, te permite entender otras maneras de vivir, otras culturas, ponerte en la piel de otros, salir de tu micromundo. Ayuda a entender que hay muchas cosas que van más allá de tus cuatro paredes, de tu rutina, de tu egoísmo. Hay lugares que te llaman, que te dicen que vayas. Uno se conoce estableciendo un diálogo con la tierra, con la gente y con los lugares. Cuando se viaja siempre se mueven cosas importantes porque uno se abre a un intercambio. Pero bueno, en lo cotidiano también hay un movimiento constante, aunque no lo veamos. Siempre estamos viajando y cambiando la perspectiva.
¿A qué artistas admiras en los últimos tiempos?
A los panaderos.
¿Existe un momento concreto en tu trayectoria en el que considerases que habías encontrado tu identidad o tu voz?
Francamente creo que eso no se puede dar por sentado nunca porque es lo que hace que uno siga creando. En el momento en que crees que “ya eres tú”, has caído en la trampa. Se trata de cuestionarse constantemente y trascender esa idea tan tentadora. Evidentemente hay momentos mágicos en los que pinto y tengo una sensación de déjà vu; de que “esto ya lo he hecho” o ya lo he soñado. Es un proceso de familiaridad y sorpresa, porque eso pasa a través de uno, sin ser de uno. Es como si ya estuviera de antes en la nube listo, esperando el momento idóneo para que yo lo bajara a la materia. A la vez, es como si ese mismo parto tuviera otras resonancias, porque va más allá de uno. Es un proceso maravilloso, el de crear y que salgan cosas sin interferir en la intuición. La parte dificultosa es que después uno cree que eso es suyo. Hay que aprender a desapegarse. Esa es la parte más difícil. Es como ser un cartero o mensajero, coges algo, lo materializas y lo vuelves a enviar… pero eso ya estaba.
Un libro, una canción y un lugar que te atraigan.
Ahora estoy leyendo a Ramon Llull, que me apasiona. Creo que es un maestro universal importantísimo, cuya lectura recomiendo mucho. Es un tipo muy críptico y, a la vez, muy claro en lo que expresa.
Música… Violeta Parra. “Maldigo del alto cielo”, por ejemplo. A pesar de que también me carga esa parte de dolor y de “Ayayayay” de la mamá y el sufrimiento, del apego y todo lo que eso tiene. Igualmente ese dolor de la “Madre” me toca el alma. Qué le vamos a hacer. Pero no es lo que escucho siempre. Escucho cosas muy variadas aunque, evidentemente, tengo mis preferencias.
Y lugar, cerca del mar o cualquier lugar donde puedas ver el cielo, puedas respirar, cerca de algo vivo, un animal, una planta, arena, tierra… cosas sencillas. Cualquier lugar es bello, hasta el más feo, si sabes verlo, porque cumple su función.
Queremos agradecer a Matías Krahn el tiempo que nos ha dedicado para poder realizar esta entrevista. Podréis saber más sobre él en matiaskrahn.net y en instagram.com/matiaskrahn
Entrevista, fotografía y textos equipo Slowkind
Productora de contenidos digitales y editoriales. Creamos historias para inspirar, motivar y compartir – slowkind.com
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