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Alberto Campo Baeza: “Un arquitecto caprichoso es un peligro”

El Premio Nacional de Arquitectura de España en 2021 analiza la situación del sector en el país y pone el foco en la necesidad de favorecer un mayor reparto del trabajo para conseguir impulsar el buen desarrollo de los proyectos planteados.

Alberto Campo Baeza es uno de los nombres clave para comprender el último medio siglo de la arquitectura española. Con más de cincuenta años dedicados a la docencia, impartiendo cursos en prestigiosos centros extranjeros como la Universidad de Pennsylvania o la Bauhaus de Weimar, este arquitecto nacido en el Valladolid de los años cuarenta subraya la necesidad que tiene todo arquitecto por adaptarse a los métodos y herramientas de trabajo que distinguen cada época. Campo Baeza, que entre otros reconocimientos fue condecorado con la Medalla de Oro de la Arquitectura en 2019 y con el Premio Nacional de Arquitectura de España en 2021, confía en la calidad de los jóvenes profesionales para dar continuidad al buen desempeño de la disciplina en el país, aunque enfatiza la necesidad de desplegar una mayor distribución del trabajo para asegurar un buen resultado final.

Pregunta: ¿Cómo definiría su arquitectura?

Respuesta: En algunos casos se ha asociado mi arquitectura con el minimalismo, pero en ningún caso lo soy. Hay arquitectos que son minimalistas en el sentido estricto de la palabra, como puede ser John Pawson; sin embargo, mi obsesión no es hacer las cosas con el mínimo número de palabras, sino utilizar palabras que suenen bien entre ellas y concuerden. Habitualmente me ponen esta etiqueta, pero no es correcta.

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P.: ¿Qué herramientas puede utilizar la arquitectura para generar un impacto positivo en la sociedad?

R.: La clave consiste en ser un arquitecto de tu tiempo. Antes había cosas que no podías hacer. Por ejemplo, cuando no se usaba el acero y no se podían hacer grandes vanos, se utilizaba el arco como mecanismo para abrir un hueco en la pared: era la única manera de hacer que la puerta fuera más ancha. En cambio, ahora podemos hacer un dintel con una viga de hormigón armado que lleva acero dentro. En definitiva, es esencial emplear la tecnología de cada tiempo para mejorar la propuesta que despliega la arquitectura sobre la sociedad. Mi nuevo proyecto consiste en un retablo para una iglesia: creo una especie de caja que perforo en la pared y la lleno con luces LED, importando paneles de China. Esto hace diez años no lo podía hacer, era impensable lograr esta intensidad de luz.

P.: ¿Qué papel queda reservado para el arquitecto dentro de la estructura social actual?

R.: La arquitectura es parecida a la medicina: está al servicio de la gente. Un arquitecto no es alguien caprichoso, ingenioso, simpático o creador que sólo se inventa lo primero que le pasa por la cabeza. Es alguien que hace casas, bibliotecas, escuelas o cualquier tipo de espacio para servir a la sociedad, para atender al ser humano en el sentido más profundo del término. Yo intento hacer el proyecto más hermoso posible, pero siempre teniendo en cuenta que el canon de belleza cambia según el cliente. Un pintor, si es caprichoso, no tiene ningún peligro. En cambio, un arquitecto que trabaja así sí que lo es, porque está malgastando el dinero de una propiedad. Si hace una casa para un cliente y no le hace feliz, no cumple con su función.

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P.: ¿España tiene marca en arquitectura?

R.: Hay gente en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid que dice que desde que murió Sáenz de Oiza, Alejandro de la Sota y toda la generación próxima a José Antonio Coderch la arquitectura ha perdido peso, pero esto no es cierto. Hoy en día, existe un plantel de arquitectos jóvenes muy fuerte: en su momento, el arquitecto inglés Kenneth Frampton llegó a decir que era la mejor escuela del mundo. Otra cosa es que después, tanto en España como en medio mundo, los arquitectos que hacen viviendas no son precisamente los mejores. Aunque intento ser muy positivo, no se hace bien el reparto del trabajo. Hace unos años había unas fórmulas estupendas promovidas por los mismos colegios de arquitectos que aseguraban que, cuando uno hacía más trabajo, iba cobrando menos porque los porcentajes se reducían. Esa era una buena política para favorecer un buen reparto del trabajo. Volviendo al ejemplo del médico, un profesional puede visitar a cinco o diez pacientes al día, pero veinte ya es más difícil, mientras que cuarenta es imposible.

P.: En un proyecto inmobiliario, ¿la arquitectura tiene un papel relevante o se encuentra por debajo de sus posibilidades?

R.: No creo que la disciplina se encuentre por debajo. Cuando al mejor arquitecto le encargas una vivienda social, debe responder a lo que se le pide: siguiendo esa expresión castellana antigua, esbozar un proyecto que sea Bueno, bonito y barato. Los arquitectos de la generación anterior hicieron muy buena vivienda social y esta línea debe seguir. Cuando los proyectos son menos buenos, no suele ser resultado de la trapacería de los clientes, sino que esta maldad es producto del capricho del arquitecto en cuestión, que en vez de servir a la sociedad desarrolla vivienda siguiendo otros fines personales. El arquitecto debe estar absolutamente al servicio del proyecto planteado.

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P.: ¿La arquitectura puede ser entendida como arma social, al servicio de una ideología concreta?

R.: Como arma social, por supuesto. Pero es un arma social genérica que no pertenece a ninguna ideología. No hay arquitectura de derechas o de izquierdas: es labor creadora. Un arquitecto es un creador que sirve a la sociedad de manera directa.

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