Una fachada con patrón musical… y más secretos en Ohla Eixample.
«El encargo no era fácil» remarca su arquitecto. «Se trataba de un edificio anodino de oficinas de los años 70 del siglo pasado, con un altura libre entre forjados demasiado pequeña, mucho más alto de lo que el actual planeamiento permite, construido sobre la bóveda del ferrocarril que lo somete a un nivel de vibraciones del todo insufrible«.
«Feo, demasiado alto, y a la vez, demasiado bajo, y encima, insufriblemente ruidoso… Que más se podía pedir?» ironiza Daniel Isern. Vaya punto de partida…
Pese a estos condicionantes, su proyecto ha logrado dar la vuelta a la situaciòn. ¿Cómo? Mediante un diálogo que ha tenido en cuenta e implicado a la tecnología, la estética y la ciudad.
En el primer ámbito, el de la tecnología, el arquitecto y su equipo han instalado unos amortiguadores sísmicos en cada pilar a nivel de planta baja, activados mediante gatos hidráulicos. Este sistema divide al edificio en dos partes, dejando toda la que queda sobre el nivel de calle del todo separada del sótano, consiguiendo una minoración de las vibraciones del ferrocarril superior a 15 dB.
Respecto a la estética interior, el proyecto establece un diálogo entre la estructura existente, que queda desnuda y expuesta, y el uso hotelero, que se manifiesta en materiales de gran calidad que nunca llegan a tocar los perímetros de cada habitación.
Así pues, en unos espacios con hormigón en el suelo, pilares metálicos y bovedillas en el techo el hotel, que se explica en el uso de maderas, cerámicas, y estucados, establece una discusión en el que el segundo nunca llega a tocar al primero. Y, entre ésta, unas piezas de mobiliario atemporal muy seleccionadas y perfectamente iluminadas.
Por último, la ciudad y el edificio se relacionan mediante su fachada. Ésta, funciona como un filtro que lo aísla del tráfico de su céntrica ubicacion. Lo aísla y le aporta recogimiento, como si de un telón se tratara. O como una celosía.
Fachada de algoritmo musical
Se planteó, por lo tanto, una fachada compuesta por elementos verticales y horizontales de gran profundidad que modulan un ritmo vertical desdibujado que dificultan entender el número de plantas que el edificio tiene, roto en 5 ocasiones por unas cajas de madera que hacen de balcones.
Para su ejecución se eligió la cerámica, un material fuertemente vinculado a la historia de Barcelona, a la que se quiso dar un valor añadido: la música.
Con la ayuda de Cerámica Cumella y el IAAC, Isern y su equipo inventaron un algoritmo que basado en el sonido, crea un patrón que un robot graba en la superficie de la cerámica mientras se extrude. Este proceso permite crear un número infinito de piezas, cada una única y diferente pero todas con el mismo trazo.
Para esta pieza, se ha elegido la composición musical «Vivaldi Recomposed» de Max Richter, quien al igual que el estudio de arquitectura, toma como base algo del pasado, en este caso Las 4 estaciones de Vivaldi, para darle un punto de modernidad.
El mismo sistema se emplea para crear el gran mural cerámico que llena toda la planta baja, comenzando en la recepción y llegando hasta el fondo del restaurante.
Este restaurante, Xerta, destaca por una carta que también esconde sus secretos: los de las Tierras del Ebro. Detrás de sus fogones se encuentra el galardonado chef Fran López, representando la mejor versión de esta cocina con productos del mar y la montaña perfectamente escogidos para dar a conocer a la ciudad los auténticos sabores del Delta.
Fotografías de Adrià Goula y Ohla Eixample.
Ficha técnica
Arquitectura: Daniel Isern, Estudi Isern Associats
Colaboradores: Yaiza Diaz, Aleix Naudó, Nuria Widmann 8aqruitets) y Laura Muñoz (interiorismo).
Arquitecto técnico: Albert Bordera
Engeniería acústica: AV Enginyers
Engeniería de estructuras: Nolac
Engeniería de instalaciones: JG
Proyecto de iluminación: Artec3