Nueva vida para la Rogers House, propiedad de Harvard.
La demanda que Harvard hizo a Gumuchdjian Architects fue clara: renovar este icono de la arquitectura moderna. Debía convertirse en el alojamiento de los colaboradores académicos que participan en la residencia de tres meses para la investigación de urbanismos futuros, y además servir como lugar de celebración de seminarios y eventos públicos.
La Rogers House supuso en su momento un cambio radical frente a los métodos tradicionales constructivos. Completamente industrializada, su formato regular le ha permitido evolucionar acorde a las nuevas tecnologías y adaptarse así al paso del tiempo. Algo que no hubiera sido posible de no ser por su estructura de acero, que además de duradera proporciona a la casa su aspecto emblemático.
Diseñada por Richard Rogers, la vivienda ve su materialidad diluida por los jardines y las fachadas completamente acristaladas que borran los límites entre interior y exterior. Donada a la Universidad de Harvard por Lord Rogers y Ruth Rogers y clasificado como patrimonio de Grado II en Reino Unido, la construcción refleja a la perfección el interés del arquitecto por la relación que une arquitectura y urbanismo.
Mantener el carácter original del diseño
«Nuestra propuesta ha sido devolver la casa al estado posterior a su reforma en 1990, incorporando en la medida de lo posible nuevos materiales«, cuenta Philip Gumuchdjian. Antes de fundar su propio estudio, el arquitecto había trabajado en Richard Rogers Partnership durante 18 años. «La idea era mantener el carácter del diseño en lugar de la estructura del edificio en sí», añade.
Muy sencilla a priori, la intervención acabó provocando la sustitución de tres cuartas partes de su envolvente. Junto a la cubierta y los muros llenos de amianto, hubo que demoler los volúmenes añadidos posteriormente, así como los nuevos tabiques. Además de una profunda reestructuración de las instalaciones, la carpintería y el mobiliario, y un nuevo diseño del jardín, desde la calle hasta el fondo de la parcela.
Tras la reforma, la casa recuperó gran parte de su transparencia y fluidez visual original. Una construcción con la estructura como elemento de unión entre piezas de épocas distintas y con ciclos de vida más cortos, como los paneles y el acristalamiento. Completamente a la vista y pintadas de un amarillo que se prolonga sobre algunas piezas del mobiliario, vigas y pilares son, junto a los vibrantes colores del mobiliario, los grandes protagonistas del proyecto.
De una sola planta, la casa se distribuye en dos pabellones. Con un gran espacio diáfano que alberga las estancias comunes y el dormitorio principal, y un volumen cerrado con el baño, en el mayor de ellos; el de menor tamaño alberga un salón-comedor directamente conectado a la cocina, dos dormitorios y un baño. Tanto las paredes como los suelos de los dos baños se han revestido con superficies HI-MACS®. Un material de piedra acrílica, que no poroso y sin juntas puede ser moldeado con cualquier forma.
Jardines e interiores como un todo unificado
El diseño del jardín ha corrido a cargo del arquitecto paisajista Todd Longstaffe-Gowan, para quien «Parkside es una obra de arte total, donde la casa, los jardines y los interiores forman un todo unificado». Un espacio teatral y luminoso, en el que juegan un papel muy importante los parterres y la vegetación. «Nuestro objetivo ha sido restablecer el equilibrio de la composición de los años 60, para reflejar así las intenciones del arquitecto y recuperar la riqueza, el ritmo y las texturas del paisaje original».
«Parkside no es solo un producto emblemático y adaptable para vivir, ni tampoco un simple edificio experimental histórico que presagia las futuras creaciones del arquitecto. Es una casa y un jardín con una memoria, un brillo y un aura únicas» señala Philip Gumuchdjian, para quien ha sido prioritario conservar estas cualidades dentro de una composición urbana y totalmente renovada del siglo XXI.
Fotografía: Petr Krejčí