Tiago do Vale restaura un chalet alpino en Braga.
Y es que, cómo él mismo afirma «no se trata sólo de recuperar el valor del edificio original, sino también de añadir algo más, de asignar al edificio un uso y una función, y traerlo al momento presente. Una intervención lo suficientemente flexible para que pueda mantenerse durante años, en una realidad, la actual, donde el uso, la gente, las ciudades y las calles son elementos que cambian constantemente su forma de relacionacionarse con su entorno construido».
Construido como un anexo que sirve al pequeño palacio junto a él, y situado en el corazón de las murallas romana y medieval de Braga, el edificio es especialmente luminoso, con una fachada abierta a la calle y orientada a Oeste, y la opuesta, volcada a Este, hacia un tranquilo patio de manzana.
Recuperar la esencia del edificio original, perdida tras 120 años de pequeñas intervenciones poco respetuosas con la construcción original, que dieron lugar a espacios compartimentados, cerrados a la calle y sin apenas luz natural fue el objetivo de la intervención. «No sólo los interiores se habían perdido; de hecho la fachada original, su escala y relación con la calle, estaba igualmente adulterada» explica Tiago do Vale, que junto con su equipo ha recuperado la estética original, de marcos de madera y un alero cuidadosamente ornamentado.
La intervención, que trata de servir de modelo para futuros proyectos de rehabilitación en el barrio, define los espacios y funciones del edificio, recuperando su imagen, técnicas constructivas y programa original –principalmente habitacional–, a la vez que lo hace apto para el modo de vida actual, devolviéndolo a la ciudad. «El programa incluía un área vividera y otra de trabajo» cuenta el arquitecto, que aprovechó la diferencia de cota de 1,5 m entre la calle y a plaza interior para situar la zona de trabajo en la planta baja, orientada a Oeste y directamente relacionada con la calle.
En el interior, donde se ha recuperado la distribución espacial y funcional, los suelos y techos de madera, y la escalera original, se ha introducido mármol portugues Estremoz en las zonas húmedas y la zona de trabajo de la planta baja.
Debido a la superficie reducida del edificio, se han jerarquizado los espacios por plantas, disminuyendo el ancho de la escalera según se asciende, y señalando así el cambio de naturaleza de los espacios a los que da acceso. La geometría de la escalera permite además las vistas cruzadas entre el área vividera y la de trabajo, al tiempo que filtra la luz natural desde las planta alta a los niveles inferiores.
Reservada a las zonas comunes de la casa, la primera planta huye de la compartimentación y utiliza la escalera como elemento de separación entre la cocina y el salón, dando lugar a una espacio diáfano, que disfruta de luz solar durante todo el día. Abierto a la plaza interior, el programa doméstico recibe la luz de la mañana y abre sus vistas a los naranjos que, además de proporcionar sombra, muy necesaria durante el verano; exhiben en invierno un hermoso espectáculo, repletos de coloridas frutas.
La última planta alberga el dormitorio, abierto al hueco de la escalera y con la estructura de la cubierta, a la vista y pintada en blanco, como protagonista.
El color blanco empleado en paredes, techos, carpintería y mármol, es una constante en toda la casa. Sólo en el vestidor de la última planta se ha conservado el color de los suelos y techos originales, el mismo empleado en los nuevos armarios. «Una pequeña caja de madera que, en contrapunto a la gran caja blanca que es la casa o la caja de mármol del baño, genere sorpresa en el usuario» señala el arquitecto.
Fotografía: João Morgado (cortesía de v2com)