Calder y Picasso, combinación de artistas.
La muestra reúne a más de cincuenta obras creadas entre 1912 y 1967, que destacan por las preocupaciones formales, sociales y políticas compartidas por el americano y el pintor malagueño, con variados y creativos resultados creativos. Todas las obras, incluidas pinturas, esculturas y obras sobre papel, han sido extraídas de las respectivas colecciones familiares privadas, por lo que raramente o nunca han sido expuestas en público. Una ocasión de lo más especial para conocer la relación entre dos de los más grandes autores del siglo XX.
Cada uno nacido en el siglo XIX y con un desarrollo artístico caracterizado por el clasicismo, los años formativos de Calder y de Picasso estuvieron marcados por la agitación política en Europa. Esta correlación entre los antecedentes de los artistas es sorprendente, a pesar de su diferencia de edad de diecisiete años. Como figuras clave de la vanguardia parisina, los dos artistas se conocieron en 1931, pero posteriormente entraron en contacto directo sólo un puñado de veces, aunque cada uno siguió el trabajo del otro con gran interés y compartieron numerosos amigos y causas políticas.
El encuentro más notable de esta pareja, conocido por todos, tuvo lugar en el Pabellón de la República Española en la Exposición Universal de París de 1937, para el que Picasso pintó su monumental Guernica, y Calder fue el único artista extranjero en contribuir con su Fuente de Mercurio, homenaje a la mina de Almadén, ambas declaraciones abiertas de su apoyo ideológico a la República. Estos sentimientos antifascistas compartidos defendían el papel de los artistas en tiempos de guerra, como altavoces de las injusticias y como defensores de un nuevo arte.
Pero el punto de partida de la exposición en Almine Rech es la relación que se ha establecido entre un Autorretrato de Picasso de 1964, conservado por el artista hasta su muerte en 1973, y un móvil de Calder de 1942 (imagen que también abre este artículo). Un vínculo que inicia un diálogo que ejemplifica la resonancia entre los dos artistas, vista por los nietos de ambos.
Las obras expuestas ponen así de manifiesto intereses formales comunes en los modos de representación, abarcando principios de abstracción y representación y ciertas cualidades dinámicas similares en las esculturas de alambre de Calder y los dibujos lineales espontáneos de Picasso, que evocan un fluido. Representaciones a la vez bidimensionales y tridimensionales, que invitan al espectador a fabricar su propia imagen ilusionista.
Obras como el Arlequín de Picasso (1918) y el Acróbata de Calder (1929) parecen conversar entre sí, destacando como una exploración formal y simbólica de la línea y el espacio, trazando una línea entre el dibujo y la escultura. La representación del movimiento de Calder puede dar muestra de Cubismo, del cual el genio de Málaga fue bandera reconocida.
En definitiva, una especial reunión de dos artistas dispares representantes de una época, a los que pone en común la manera en que respondieron a las diferentes preguntas sobre su práctica para producir sus propias soluciones, fascinantemente únicas. Una ocasión irrepetible de ver la obra de dos genios juntos, en Nueva York.
Calder and Picasso
39 East 78th Street
Nueva York, NY 10075