Arqueología arquitectónica y geometría moderna, la fórmula de Sergi Pons.
En concreto la combinación de muros de piedra, vigas de madera y mosaicos hidráulicos con piezas blancas de formas geométricas. Un ejercicio en el que tanto el pasado como el presente pueden ser el focos de atención al mismo tiempo, y donde la funcionalidad y el romanticismo de antaño conviven juntos.
Esta vez se ha desplazado a l’Eixample y su propietario es un escritor. La vivienda está situada en el corazón de la ciudad. Cerca del Passeig de Gràcia (de la Casa Batlló en concreto) y rodeada de palacetes y jardines. El edificio se construyó en 1878.
Se edificó con técnicas y materiales de aquellos años: mucho ladrillo, madera y cerámica. Pero también fue decorado al estilo de la época: falsos techos estucados, ornamentos a base de yesos y mucha pintura blanca.
Lo segundo tapaba lo primero, de modo que podríamos decir que Pons ha realizado un trabajo de arqueología arquitectónica para recuperar la nobleza de aquellos materiales y técnicas. Y ahora, después de más de cien años, aquí están: los muros de ladrillo artesanal, las bovedillas de cerámica, las vigas de pino melis, las puertas macizas y los pilares de hierro fundido.
La vivienda goza de varias terrazas y grandes entradas de luz. Las vistas a los jardines interiores de la manzana, la variedad de los ladrillos y las vigas de madera a la vista le confieren a la casa un aspecto neorústico hasta el punto de ser su mayor rasgo de personalidad.
Partes de la casa requerían una reconstrucción. En algunas el arquitecto ha optado por imitar el aspecto original. Así pues ha recubierto algunas paredes con estuco de cal tradicional y ha puesto parqué de roble en los suelos.
Pero en otras ha apostado por recursos contemporáneos. En concreto, en la cocina y el baño, los cuales quedan debajo de contenedores de aglomerado blanco. La geometría que tanto le gusta. La combinación, una vez más, funciona. Es más, el atractivo está precisamente en el contraste. El del blanco de las paredes del baño y las baldosas hidráulicas del suelo.
El mobiliario también combina piezas de época con otras de factura actual, ofreciendo una atmósfera cálida, a veces incluso algo monacal, gracias a colores y texturas en los que priman los tonos tierra.
A diferencia del piso de Les Corts, donde se tiraron los tabiques para convertirlo en una casa diáfana, aquí se han dejado las habitaciones a propósito. “Buscamos las perspectivas de lejanía a través de las puertas y aberturas (…) 35 metros de tránsito de cortinas de luz y matices coloreados”, explica el propio propietario, encantado con la circulación de una a otra parte del piso.
Fotografías: Adrià Goula