Un espacio vivo en Ciudad de México.
Inspirado en el trabajo de Jesús Rafael Soto, que rompiendo con el carácter estático del arte involucra al espectador en el proceso creativo, este Pabellón de arte efímero conduce a los espectadores por un recorrido lúdico. Un espacio que, como las obras del artista venezolano, hace del visitante su mejor aliado. Y es que, como explican sus autores, «la propuesta propone experimentar con los sentidos, formar parte de la dinámica y adaptarse al ritmo de la vida de la gente».
A partir de una relación integradora entre lo humano y lo sublime, la intervención invita al usuario a apropiarse del espacio. El proceso tendrá como consecuencia la integración y transformación de la instalación desde su origen. Es de esta forma su usuario inmediato y verdadero habitante del lugar quien manipula el espacio y le da vida.
Un espacio para la experimentación
El pabellón materializa la filosofía de trabajo de Taller David Dana. Los mexicanos defienden que la intervención de un lugar no debe limitarse a un reglamento, normativa o mandato. Ésta debe promover además el intercambio, los espacios de encuentro y la experimentación.
Compuesta de piezas prefabricadas y ensambladas en el lugar, la estructura alberga un espacio de contención de cuerdas. Con tres segmentos estructurales, todos los elementos se han pintado de blanco. De esta forma se minimiza el impacto de una propuesta que dialoga en armonía con la vegetación circundante.
Tres módulos metálicos con estructura de PTR de 2 pulgadas conforman el esqueleto base del pabellón. Vinculados por soldadura, se fijan entre sí con tuercas y tornillos. Todo sobre una base de módulos de triplay, que facilita el entretenimiento y movimiento del usuario.
Reflejos, perspectivas y un bosque de cuerdas
La cubierta se ha revestido de placas de Durock. Módulos de película reflectante bajo ella dan lugar a un interesante juego de reflejos, perspectivas y transformaciones. Gracias a ellos se logra una agradable transición entre pabellón y contexto, reflejando el paso del usuario y las actividades que lo rodean.
En el centro del espacio, las cuerdas son las verdaderas protagonistas. Atravesando el plafón, bajan sin tocar el suelo para convertirse en un lienzo blanco para el usuario. Gracias a ellas, los visitantes pueden dar rienda suelta a su imaginación. Tal y como hacían los antepasados andinos con sus quipus.
Fotografía: Jaime Navarro