Goroka Park, un escaparate a la ciudad.
Fotografía: José Hevia
Organizado en un único espacio, el proyecto renuncia a las puertas y a los grandes planos acristalados utilizados normalmente como elementos de separación en las oficinas tradicionales, y apuesta por un entorno dinámico. «Queríamos generar un ambiente parecido a la idea de estudio, que se alejase del concepto de oficina, sin perder por ello la funcionalidad asociada a este tipo de espacios» señalan los diseñadores, que han creado así un espacio cálido, confortable y en constante movimiento. Un lugar donde apetece estar, ideado a partir de la filosofía de la empresa que alberga.
Para estructurar la gran sala se utilizó un único elemento: un cubo arquitectónico blanco, que concebido como el único espacio cerrado de todo el proyecto alberga la sala de reuniones, separando además la zona de trabajo de la de dirección. Acristalado en dos de sus caras, el cubo mantiene en todo momento la conexión visual entre las dos áreas.
Dentro del cubo la sensación es la de estar en una casa-árbol, con un pilar cruzando el espacio a modo de tronco y planchas de contrachapado revistiendo el interior.
En todo el espacio se ha optado por la iluminación puntual que enfatiza las zonas de trabajo, con tiras de led en las grandes mesas centrales, bombillas PAR en la mesa a pared, la Scotch Club de Apparatu para Marset en la mesa de dirección, y focos de Simon en estantería y paredes. Completa el proyecto de iluminación el gran neón con el logo de Goroka, que diseñado por Folch Studio aporta el punto corporativo al espacio.
«Se trataba de convertir el espacio en un gran escaparate abierto a la ciudad, por lo que optamos por acercar las mesas a la fachada» explica Isern. Un sencillo pero muy potente gesto, con el que Goroka muestra a los viandantes su día a día.
Desde un primer momento la intervención buscó mostrar y enfatizar el carácter industrial del espacio, eliminándose las particiones y falsos techos de un espacio original –hasta entonces en uso– que se pintó en blanco. El suelo, que también se conservó, se pulió y cubrió con una capa de barniz extra mate para lograr así una mayor sensación de calidez sin borrar por ello su pasado.
Diseñado a medida, la mayor parte del mobiliario ha sido construido con estructura metálica blanca y un sobre de madera de contrachapado de abeto, acompañado de sillas de wilkhahn. Esther Ribas es la responsable de la elección y colocación de las plantas, que además de aportar el toque de color necesario al espacio funcionan como barrera entre la zona de dirección y el exterior.