De pajar ruinoso a icono arquitectónico.
De un vistazo
Quién vive aquí: Fernando Gallardo: reconocido periodista de viajes
Proyecto: Jesús Castillo Oli
Situación: Porquera de los Infantes, Palencia
Superficie: 115 metros cuadrados
Fotografía: Ángel Luis Baltanás
Transformar un pajar ruinoso en un lugar habitable desde el respeto a lo material y lo inmaterial (especialmente a esto último) es lo que ha hecho de esta vivienda un icono de la arquitectura.
Celebramos que se cumple ahora una década de su construcción –la revista Wallpaper la eligió en su momento como una de las 100 mejores viviendas del mundo– para acercarnos a ella desde la mirada del arquitecto, Jesús Castillo Oli, y de su dueño, el periodista Fernando Gallardo.
¿Qué es lo más destacado del proyecto? Sin duda, para los que hemos tenido la suerte de estar allí, el respeto por la ruina y la relación con una arquitectura nueva en la que el acero y el vidrio tienen mucho protagonismo. Desde fuera, nada hace sospechar lo que uno está a punto de descubrir: un espacio lleno de romanticismo, pero al mismo tiempo muy contemporáneo.
Jesús Castillo Oli, el arquitecto, explica por email que se encontró con un edificio de escaso valor arquitectónico: “Una edificación de materiales humildes. La imagen que presentaba el edificio era bastante pobre, debido a los materiales utilizados en su construcción, a lo que se une el estado de semirruina en el que se encontraba”.
Como curiosidad, los huecos de las ventanas no se han resuelto con una carpintería convencional.
Castillo Oli afirma que “la carpintería domestica el hueco”. Por eso, desde el interior no se puede apreciar. “Recurrimos a despegarla de la fachada, colocando los vidrios en un plano desplazado 15 centímetros del cerramiento. Así, desde el interior no se notaría la carpintería. Con este artificio conseguíamos la percepción de estar habitando en el interior de una ruina. El material con el que se resuelven los cajones de chapa de la carpintería es acero corten. Sus óxidos y escorrentías en el exterior favorecerán el aspecto de abandono que se persigue”, dice el arquitecto.
Fernando, que ahora vive en Nueva York, también nos cuenta que entre sus constantes viajes por todo el mundo, y especialmente por cada palmo de la geografía española, recalaba de vez en cuando en “una aldea muy pequeña, literalmente con cinco habitantes, llamada Porquera de los Infantes, en el norte de la provincia de Palencia, cerca del pueblo de Aguilar de Campoo”.
Solía ir allí a pasar los fines de semana porque unos amigos suyos se habían comprado una casa del siglo XVII que estaban rehabilitando. Después, otro amigo de juventud hizo lo mismo.
“El pueblo estaba destruido y apetecía reconstruirlo: reanimarlo de algún modo. Otra amiga mía adquirió la casa de al lado. Y así nos juntamos una panda especial, que se conocía desde hacía muchos años y no siempre se veía en Madrid, por lo que resultaba entrañable encontrarse allí los fines de semana. Me di cuenta de que si no actuaba rápido me acabaría quedando fuera de este futuro geriátrico. Cuando me decidí, ya no quedaban casas nobles. Así que me puse a mirar una ruina de vivienda con apenas medio siglo de existencia que nunca fue terminada de construir y fue utilizada en precario como pajar”.
Después de muchas negociaciones, Fernando compró “la ruina” a una familia con 18 herederos. Nada distinto de lo que ocurre en muchos pueblos de España. “Quizá por eso –dice– busqué un arquitecto diferente: ‘un no-arquitecto’. Estaba convencido de que si encontraba un buen arquitecto me acabaría diseñando una casa magnífica, pero yo necesitaba otra cosa”, dice.
Así, Fernando y Jesús viajaron a Japón: una experiencia de la que se trajeron muchas ideas; entre ellas este engawa: un jardín japonés en el que destaca un pequeño estanque.
“Tokio, Kioto, Osaka, Nara, Kanazawa, Sendai… No hubo la menor intención de visitar Japón, pese a que ni Jesús ni su mujer, restauradora de arte –que viajó con ellos– conocían el país. Nuestro destino era otro: las 50 referencias arquitectónicas japonesas de todos los tiempos, desde los alarifes de los santuarios shinto a Toyo Ito”, cuenta Fernando.
De vuelta a casa, Castillo Oli necesitó otros tres meses para reconvertir la no-casa en una obra perfecta y habitable.
Tras ese engawa capaz de transmitir sosiego y tranquilidad en cuanto se entra en él, una gran fachada de cristal blindado de 9 metros de altura guarda los usos de la casa.
Gracias a la fachada de vidrio, interior y exterior se convierten en un solo espacio. En realidad, Fernando no necesitaba nada más que la mitad del espacio para cubrir sus necesidades. Por eso, la mitad del pajar lo ocupa el engawa.
Desde el dormitorio que ocupa la entreplanta, y que cuenta con un pequeño escritorio, se domina el duro paisaje de Las Tuerces palentinas. A solo un cuarto de hora en coche, el Monasterio de Santa María de Mave y el Hotel El Convento (que también ha rehabilitado parcialmente Jesús Castillo Oli) merecen definitivamente una visita.
Desde lo alto nos observan los inquisidores ojos de Dalí, impresos sobre el vidrio que hace las veces de barandilla del dormitorio.
Debajo, la cocina completa este espacio de 115 metros cuadrados con suelo térmico, que, además, presenta hasta 16 escenas diferentes de iluminación gracias a su juegos de luz.
En la ducha, un espacio de 2,50 x 2,50, uno se puede relajar con la vista del estanque y del agua al caer desde los 6 metros de altura del loft.
Una vivienda para sentir, tocar, palpar y disfrutar en el más amplio sentido de la palabra. Estamos seguros de que la experiencia será inolvidable.
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