Ahí están las formas orgánicas imposibles, los detalles de un neogótico llevado al exceso, y los espacios incoherentes: desde una pasarela claustrofóbica hasta una estancia colosal. Tampoco faltan los grises y los ocres suaves salpicados de algunas notas de color. La obra sin duda está inspirada en la naturaleza: aquí se asemeja a un gigantesco árbol con ramas que sirven de barandilla; allá es una cueva con sus estalactitas y estalagmitas; y por todas partes cuelgan grandes telarañas -artificiales y reales-, setas funcionales, y monstruos con brillantes ojos rojos.
De hecho, algunos de sus rincones provocan un escalofrío: de noche las puertas aúllan y las ventanas miran fijamente desde los rostros que dibujan las fachadas. Sí, con imaginación podría ser una obra de Antoni Gaudí, aunque algunos elementos de esta crazy house (casa loca) son más propios de los relojes blandos del surrealista Salvador Dalí. Claro que, seguramente, ninguno de los dos artistas catalanes oyó jamás el nombre de la ciudad que acoge a este edificio que rompe bruscamente con la dualidad que imponen la arquitectura colonial europea y la sobria delineación comunista: es Dalat, en Vietnam.
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